quia videbat Deum per effectum creatum.”
Tomás de Aquino, ST I q. 94 a. 1 ad 3
Introducción.
A
lo largo de la obra de Tomás de Aquino es posible encontrar cierta tensión
textual en torno a la posibilidad de conocer de manera natural la esencia
divina. Por un lado el teólogo parece afirmar que, precisamente, no podemos
conocer acerca de Dios qué es, sino solo qué no es. Pero, por otra parte,
existe evidencia textual de que habría sostenido la posibilidad de un
conocimiento quiditativo imperfecto. En tanto y en cuanto el matiz más positivo
suele aparecer con mayor énfasis en el tratamiento de los problemas relativos
al lenguaje, un gran número de comentadores (desde E. Gilson hasta, más
recientemente, D. Burrell, G. Rocca y R. Accar) ha expresado una
tentencia a circunscribir la tensión al ámbito linguistico o judicativo. Tomás,
de acuerdo a estos autores, nunca habría sostenido que es posible tener un
conocimiento quiditativo natural de la esencia divina. En palabras de E.
Gilson:
“Hacer decir a Santo Tomás que tenemos un
conocimiento por lo menos imperfecto de lo que Dios es, significa traicionar su
pensamiento, tal como él lo ha formulado repetidas veces”
El énfasis de estos autores, bien considerado,
esta puesto en la tesis ciertamente defendida por Tomás de que la esencia
divina es naturalmente incomprehensible. Los autores reaccionan específicamente
contra la teoría del concepto análogo desarrollada originalmente por el
cardenal Cayetano. Según interpretan, el concepto análogo se reduciría, en
última instancia, precisamente, a un concepto comprehensivo.
En virtud de defender a rajatabla el principio
de la incomprehensibilidad la interpretación de los autores se inclina a
rechazar la posibilidad de cualquier tipo de conocimiento por vía de conceptos.
En su interpretación el teólogo medieval habría sostenido que no es posible
representarnos ni siquiera de manera imperfecta qué es Dios. De aquí que
defiendan la tesis de que Tomás ha sostenido, al menos implícitamente, que el
hombre in statu via se encontraría al respecto en un estado de
agnosticismo conceptual. Esto no los conduce, por otra parte, a rechazar que el
aquinate haya pretendido elaborar una teología afirmativa, cosa que aceptan.
Mas bien, en cambio, los impele a buscar allende el concepto la justificación
de esa posibilidad.
A la luz de esos supuestos se hace posible
comprender, grosso modo, la estrategia que adopta la interpretación de
estos autores. Descartado el concepto los defensores de esta tradición han
intentado encontrar en el juicio la posibilidad de un tipo de
conocimiento distinto e independiente del conceptual. En esta
dirección los autores proponen una revisión de la interpretación standard
de de la epistemología de Tomas de Aquino en la que la verdad judicativa se
encuentra en dependencia del sentido. Defienden para el conocimiento teológico,
en cambio, un segundo modelo, “contextualista”, en el que el sentido se
encontraría en una relación precisamente inversa con la verdad judicativa. En
pocas palabras, sostienen que, de acuerdo a Tomás, no podemos representarnos la
esencia divina, pero sí formarnos juicios verdaderos acerca de ella. Los
conceptos, por otra parte, incluídos en esas proposiciones, vendrían a ser
extendidos en el juicio para afirmar una verdad sobre la realidad divina sin
que la mente llegue nunca a concebir en ellos ni un ápice de la misma. La
analogicidad sería una propiedad eminentemente judicativa.
En este trabajo intentaremos volver a revisar
la posición de Tomás sobre el conocimiento quiditativo natural desde sus bases.
A nuestro entender el teólogo medieval ha sostenido desde sus obras más
tempranas que es posible un conocimiento natural quiditativo -si bien
imperfecto. Interpretamos que ese conocimiento incluye la posibilidad de
representarnos, aunque de manera deficiente, la esencia divina. Defendemos,
consecuentemente, la posibilidad de formarnos conceptos, siempre deficientes,
claro, de la misma, distintos, por supuesto, de los conceptos análogos.
Creemos, en definitiva, que la interpretación de la teoría epistemológica
tomista en la que el sentido precede a la verdad judicativa no atenta contra la
tesis de que Dios es, finalmente incomprehensible.
Desarrollaremos nuestra indagación de la
siguiente manera. En primer lugar intentaremos esbozar esquemáticamente las
líneas generales de la epistemología de la teología elaborada por Tomás.
Comenzaremos indagando cronológicamente en sus obras mayores para intentar
determinar si efectivamente el aquinate sostuvo la posibilidad de algún tipo de
conocimiento quiditativo natural de la esencia divina. A continuación
intentaremos mostrar de qué manera ese conocimiento tendría lugar de modo
conceptual y esbozaremos sucintamente de qué manera se articularía ese
conocimiento en los juicios. En segundo lugar haremos una breve exposición de
la teoría del lenguaje elaborada por el aquinate con el fin de ponerla en
relación con su epistemología. En último lugar examinaremos específicamente los
argumentos de los defensores de la tesis del agnosticismo conceptual y esbozaremos
una comparación entre su tesis y la nuestra.
1. Epistemología de la Teología
En esta sección procederemos de la siguiente
manera. En primer lugar intentaremos, revisando cronológicamente las obras
mayores de Tomás de Aquino, indagar acerca del remanido asunto de la
posibilidad de un conocimiento quiditativo natural. En la segunda parte
trataremos de investigar, desde el punto de vista psicológico por qué medios se
establecería, de acuerdo a Tomás de Aquino, ese conocimiento, deteniéndonos en
algunos aspectos puntuales de su teoría sobre el conocimiento conceptual
y judicativo.
1.1 Conocimiento Quiditativo.
Algunos comentadores han sostenido que a lo
largo de la obra de Tomás de Aquino habría, al menos en apariencia, una cierta
tensión en torno a la posibilidad de un conocimiento natural quiditativo de la
esencia divina. Wippel, cuya conclusión negativa comparte, en líneas generales,
la tradición del agnosticismo conceptual, ha planteado el problema en términos
de una dicotomía entre dos grupos de afirmaciones de distinto tipo, unas
epistémicas, otras lingüísticas, presente, para ser más precisos,
exclusivamente en las obras de madurez de Tomás. El problema, en la
interpretación de Wippel, se encontraría en que, junto con la afirmación epistémica
sostenida desde sus obras más tempranas en torno a la imposibilidad, en esta
vida, de conocer qué es Dios (quid est Deus), Tomás apoyaría
también, en sus últimas textos, la tesis lingüística, en apariencia
incompatible con aquella afirmación, de que ciertos nombres se predican de Dios
essentialiter.
En su esfuerzo destinado a hacer
coherentes ambos grupos de afirmaciones, Wippel, abocandose a un minucioso
estudio histórico de los textos, ha intentado delimitar el sentido preciso en
el que Tomás negaría que nos es posible conocer qué es Dios (quid sit Deus).
La interpretación de Wippel, según
interpretamos, tiene como eje la determinación de un sentido unívoco del
término “conocimiento quiditativo”. En su búsqueda, hasta donde entendemos,
ha creído encontrar en la definición el elemento especifico de dicho tipo
de conocimiento: no nos es posible definir a Dios, y en este sentido no nos es
posible conocer la esencia divina quiditativamente.
La tradición del agnosticismo conceptual
comparte esta tesis, al menos en líneas generales. Se trata de una
interpretación, sin embargo, que no esta exenta de dificultades. El intento
mismo de encontrar un sentido unívoco del término “quiditativo” en la obra de
Tomás, entraña una hipótesis hermenéutica a priori que, como trataremos
de mostrar, no se verifica en los textos, en los que aparece, en cambio un uso
flexible (más precisamente analógico) del mismo. Este uso flexible es, por otra
parte, demasiado frecuente en la obra de Tomás. Tómese en cuenta, por ejemplo,
que indudablemente, de acuerdo al aquinate, Dios tiene un conocimiento
quiditativo de sí mismo. Ahora bien, si utilizaríamos el concepto de definición
en sentido unívoco, “definir” implicaría necesariamente la articulación
lingüística de una esencia según su género y especie, y Dios, que no
pertenece a ningún género ni especie no podría, por lo tanto, tener un
conocimiento quiditativo de sí mismo.
El análisis de los textos que examinaremos en
esta sección nos mostrará:
- que
Tomás ha sostenido desde sus obras más tempranas la posibilidad de un
conocimiento (si bien imperfecto) de la esencia divina, esto es, de un
conocimiento quiditativo imperfecto.
- Que si
bien existe cierta tensión, esta es meramente hermeneútica, y viene
motivada por el uso analógico que Tomás hace del término.
- Que
Tomás afirma que podemos conocer en esta vida, aunque de manera
imperfecta, qué es Dios. Propondremos la sugerencia hermenéutica de
acuerdo a la cual, en los pasajes en los que parece afirmarse lo
contrario, debería interpretarse, por razones de coherencia tanto con el
resto de su obra cuanto, como veremos, con pasajes incluídos dentro de las
mismas quaestiones o incluso de los mismos artículos, está utilizando el
término “quid est” en su sentido más perfecto.
In
Sententiam.
En su
Comentario a las Sentencias IV d. 49 q . 2 a. 3 ad 5, Tomás se pregunta si en
la próxima vida podremos “ver” y “comprehender” la esencia divina. Su
respuesta es que podremos “conocerla” o “verla”, pero no “comprehenderla”. Este
texto nos interesa por dos motivos. En primer lugar, como veremos, nos ayudará
en nuestra elucidación hermeneútica del uso que hace Tomás del término “quid
est”; en segundo lugar, en cuanto también será útli a nuestra explicitación epistémica sobre el
alcance que atribuye Tomás al conocimiento humano sobre la esencia divina.
La clave del
texto está en la distinción que se establece entre “conocer” o “ver” la esencia
(“quidditas”) de una cosa y comprehender (“comprehendere”) esa esencia. Conocer
qué es cierta cosa (“quid est res”) es conocer la esencia o quididad de esa
cosa. Otro asunto es “comprehender” qué es (comprehendere quid est res).
Los santos, afirma Tomás, verán qué es Dios (“quid est deus”) pero no lo
comprehenderán: comprehenderlo implicaría conocerlo tal como podemos conocer
(al menos en principio) a las cosas materiales, esto es, como por su
definición.
En favor de
nuestra tesis hermenéutica puede observarse que la definición (o algo parecido
a una definición) aparece como requisito del conocimiento comprehensivo de qué
es una cosa (“quid est res”), pero no como requisito del conocimiento simpliciter
de esa quididad. De donde se sigue que conocer la quididad de una cosa, esto
es, tener un conocimiento quiditativo de una cosa, no implica, de
acuerdo a Tomás, que podamos definirla, condición necesaria exclusivamente para
el conocimiento comprehensivo de la quididad, esto es, para el conocimiento
quiditativo comprehensivo. El requisito mínimo para hablar de conocimiento
quiditativo está en que la quididad de la cosa sea conocida. Si, además, esa
quididad resulta comprehendida, nos encontramos con un conocimiento quiditativo
comprehensivo.
En el
terreno epistémico, por otra parte, en este texto se establece claramente que
en la próxima vida tendremos un conocimiento quiditativo de Dios. Con todo, se
trata de un conocimiento sobrenatural, pero ¿qué hay del conocimiento natural?
En las líneas que siguen abordaremos el asunto.
El problema
de la posibilidad de un conocimiento natural de la esencia divina resulta
palpable incluso en una primera lectura del Comentario. A primera vista
resulta notoria cierta ambigüedad de Tomás al respecto. Podemos encontrar pasajes
en los que parecería sostener que en esta vida no podemos tener un conocimiento
quiditativo de Dios, y otros en los que sugiere, en cambio, que sí. Considérese
en favor de la primera interpretación, por ejemplo, SS IV d. 49 q.
2 a 6. Se trata de un texto en el que Tomás defiende la tesis de que podemos
llegar a conocer a Dios a través de las formas creadas. Sin embargo, en
referencia al punto de si ese conocimiento es una visión suya por su esencia
(“visio ejus per essentiam”), esto es, si se trata de una visión o conocimiento
del “quid est”, Tomás parecería manifestarse categóricamente de manera
negativa, utilizando una fórmula que, como veremos, se repite a lo largo de su
obra:
“...haec
cognitio non est visio ejus per essentiam, sicut ex dictis patet, nec per eam
scitur quid est, sed solum quia est, et quid non est.”
Si
tomáramos este pasaje aisladamente, deberíamos concluir que nuestra tesis es
errónea; tendríamos que colegir, sin más, que el conocimiento natural de Dios,
de acuerdo a Tomás de Aquino, se encuentra limitado a la demostración de su
existencia (“quia est”) y a la determinación de lo que no es (“quid non est”).
Esta manera de proceder, que intentaría fijar el sentido de un pasaje de
la obra sin atender al resto de la misma resulta, sin embargo, ya a priori,
insatisfactoria. El asunto, por otra parte, es que hay pasajes en los que
aquella posición restrictiva resulta notablemente contradicha.
El siguiente
pasaje de SS III d. 34 q. 1 a. 4 parece moverse en una dirección
distinta de la que sugiere una interpretación cerrada del anterior:
“...in statu
viae spiritualia, et praecipue Deum, magis videmus cognoscendo quid non est,
quam apprehendendo quid est;”
En el texto
se establece una comparación. Los términos en juego son dos: el conocimiento
que asequimos conociendo qué no es (quid non est) Dios y el que
conseguimos, en cambio, aprehendiendo qué es (quid est). El hecho
de que Tomás afirme que el primero es simplemente de mayor grado que el segundo, implica claramente que al
segundo también debe serle atribuido algún grado, esto es, que tenemos en algún
grado un conocimiento natural quiditativo.
El siguiente
pasaje de In Sent., lib. 1 d. 8 q. 1 a. 1, se mueve en el mismo sentido,
e incluso con mayor precisión. Los tres tipos de conocimiento, a saber, “quia
est”, “quid est”, y “quid non est” vuelven a hacer su aparición, pero esta vez
ordenados de otra manera:
“ in statu
viae hoc tantum de ipso [Dios] cognoscimus, quia est, et non quid est,
nisi per negationem...”
El
conocimiento negativo, que en los textos anteriores se encontraba ordenado
horizontalmente respecto a los otros dos, ahora aparece subordinado en relación
al conocimiento quiditativo como un subtipo suyo. Tomás parece estar
estableciendo una distinción entre conocer el quid est de una cosa
simpliciter y conocer el quid est de una cosa secundum quid.
Sea como sea resulta manifiesto que en este pasaje se afirma que es posible un
conocimiento quiditativo natural.
La tensión
entre ambos grupos de pasajes merece una interpretación. En primer lugar, en
relación con las afirmaciones de Wippel, nos interesa señalar que lo que aquí
se muestra es que si hubiera una tensión “doctrinal” en la obra de Tomás en
torno a la posibilidad de un conocimiento natural quiditativo, esta tensión no
se daría solamente en su obra tardía y, lo que es mucho más importante, no se
trataría de una tensión entre afirmaciones epistémicas y afirmaciones
lingüísticas, sino que incluso aparecería hacia el interior del ámbito epistémico
mismo.
Nuestro
tesis, por otra parte, es que existe efectivamente una tensión, pero no
doctrinal sino hermenéutica. Para ser más específicos, sostenemos que Tomás
utiliza los términos en cada caso con un sentido distinto: ni equívoco ni
unívoco sino analógo.
Pongámosla a
prueba. En el tercer pasaje que examinamos Tomás distingue claramente entre
conocer el quid est de una cosa simpliciter y conocer el quid
est de una cosa secundum quid. Tomaremos esta clasificación como
punto de partida. Vayamos al primer texto. En una primera lectura
parecería que Tomás niega aquí la posibilidad de un conocimiento quiditativo
natural: sobre Dios solo podríamos conocer quia est y quid non est. Ahora bien
si, en cambio, interpretamos que aquí el término “quid est” es utilizado
exclusivamente en el sentido más perfecto, nuestra conclusión es otra: en el
pasaje aparece negada la posibilidad de un conocimiento quiditativo natural
exclusivamente en el sentido más pleno de lo que es un conocimiento
quiditativo. No queda, por lo tanto, excluida la posibilidad de un conocimiento
quiditativo secundum quid.
Lo mismo
sucede respecto del término “quid non est”. En el primer y en el segundo pasaje
el término aparece utilizado en el sentido más propio, no así en el tercero. En
el sentido más perfecto del término, conocer el “quid non est” de una cosa no
es conocer su “quid est”. En un sentido derivado, sí.
Los textos,
de esta manera, resultan coherentes entre sí.
Queda
pendiente, sin embargo, explicar en qué sentido preciso el conocimiento de qué
no es Dios (quid non est Deus) es un conocimiento de qué es Dios (quid est
Deus). Hasta aquí, ciertamente, no contamos con una teoría explícita al
respecto.
De Veritate.
En las
Quaestiones Disputatae de Veritate resulta nuevamente posible encontrarse con
pasajes que guardan entre sí una tensión semejante. Podemos hallar fragmentos
del texto en el que Tomás parece afirmar categóricamente que no podemos tener
un conocimiento teológico natural quiditativo. Esto parece quedar establecido,
por ejemplo, en DV q. 10 a. 11:
“...intellectuali visione in statu viae Deus cognoscitur, non ut sciatur
de Deo quid est, sed solum quid non est.”
En el mismo
artículo, sin embargo, aunque sigue apareciendo negada la posibilidad de un
conocimiento quiditatativo, se afirma la posibilidad de conocer la esencia
divina, esto es, su quidditas:
“intellectus
noster etiam in statu viae divinam essentiam aliquo modo cognoscere potest, non
ut sciat de ea quid est, sed solum quid non est.”
El
“solum” quid non est, parecería restringir absolutamente la posibilidad
de un conocimiento quiditativo. Pero, por otra parte, ¿qué significa conocer la
esencia de algo sino precisamente conocer qué es ese algo? ¿qué es lo que tiene
aquí en mente Tomás?
Solo dos artículos
después, por otra parte, nos encontramos con un pasaje semejante a aquél de SS
que examinamos antes en el que Tomás admitía la posibilidad de conocer el quid
est de algo per negationes:
“...
sapientia non consistit in hoc solum quod cognoscatur Deum esse, sed in hoc
quod accedimus ad cognoscendum de eo quid est; quod quidem in statu viae
cognoscere non possumus, nisi quantum de eo cognoscimus quid non est.”
¿Qué podemos
colegir de estos pasajes? Empezaremos por el segundo pasaje. Es claro que aquí
textualmente se afirma que es posible conocer la esencia de Dios sin conocer,
sin embargo, quid est. Afirmación verdaderamente problemática porque, como
decíamos, ¿qué es conocer la esencia de algo sino saber quid est? En el primer
pasaje, por otra parte, en el que no se hace referencia textual a si lo
conocido es o no la esencia divina, se establece, sin embargo, textualmente,
como en el caso anterior, que no se conoce quid est. El tercero es el
que, interpretamos, nos da la clave de lectura desde la que deben leerse los
otros dos, a menos que quiera sostenerse que Tomás lisa y llanamente se
contradice. Aquí el término quid est aparece utilizado de manera
cualificada. La presencia de esta cualificación implica la aceptación de una
tipología de conocimiento quiditativo. Todo sugiere que Tomás acepta en el
tercer pasaje un conocimiento secundum quid. Podemos suponer que en el primero
utiliza el término simpliciter. De esta manera los pasajes revelan
una coherencia interna que, de otra manera, permanece opaca. En el primer
pasaje y en el segundo podemos interpretar que Tomás utiliza el término simpliciter.
En el tercero, secundum quid. De esta manera, por otra parte, se hace
menos problemática la dificultad que parecería existir entre la afirmación en
el segundo pasaje de que es posible conocer la esencia divina, y sin embargo,
no es posible conocer quid est. Lo que Tomás afirma allí, puede
interpretarse, es que no es posible conocerla simpliciter, sino solo per
negationes, esto es, secundum quid.
Veremos si
en textos posteriores podemos encontrar otros indicios que hagan plausible esta
hipótesis de lectura. Por otra parte, Tomás no profundiza en ninguno de los
pasajes que examinamos hasta ahora en el sentido preciso de lo que sería un
conocimiento quiditativo per negationes.
De
Trinitate.
A lo largo
de esta obra hemos encontrado que pueden observarse las mismas tensiones
presentes en las anteriores. En este apartado nos abocaremos casi
exclusivamente al examen de un artículo del de Trinitate que resulta
particularmente atractivo para nuestros fines ya que, por una parte, podemos
encontrar insertos en su interior mismo citas en las que Tomás parecería negar
sin más la posibilidad de un conocimiento quiditativo natural, y citas en las
que textualmente afirma precisamente lo contrario. Por otra parte, como
veremos, este texto ofrece, a diferencia de los anteriormente examinados, en el
que a lo sumo, al menos textualmente, se afirmaba que teníamos un conocimiento
del quid est per negationes un argumento de acuerdo al cual resulta
necesario un conocimiento del quid est al menos de ese tipo secundum quid
incluso para responder a la pregunta an est. No se nos dice, sin
embargo, en el primer texto que examinaremos, todavía, en qué sentido un
conocimiento del quid non est guarda cierta razón de quiditativo. Esto
aparecerá explicitado recién en el segundo texto, como se verá.
El asunto en
torno al que se desarrolla BDT III, q. 6 a. 3, es la posibilidad o no de
tener un conocimiento natural de la forma divina. A continuación examinamos ese
texto.
Tomás
comienza sosteniendo literalmente que no podemos conocer de ningún modo (nullo
modo) el quid est de las sustancias separadas:
“Unde de
substantiis illis immaterialibus secundum statum viae nullo modo possumus scire
quid est.”
Hacia la
mitad del cuerpo del artículo, sin embargo, Tomás enfrenta un problema de
coherencia que se generaría si esta afirmación se tomara categóricamente con la
tesis artistotélica, a la cual adhiere plenamente de acuerdo a la cual no
podemos conocer el an est de una cosa, si no conocemos antes de algún
modo (quoquo modo) el quid est. El resultado, notablemente, es la
incorporación de un matiz a la cita que examinábamos recién. Hay un
conocimiento quiditativo perfecto y uno confuso:
“Et tamen
sciendum quod de nulla re potest sciri an est, nisi quoquo modo sciatur de
ea quid est vel cognitione perfecta vel saltem cognitione confusa...”
Acto
seguido, pasa a precisar de qué manera es la cognición confusa del quid est
en el caso de la esencia divina. En primer lugar, descarta que se trate de un
conocimiento tomado a partir de un género o accidente:
“Et ideo non
possumus dicere quod confusa cognitione cognoscantur a nobis substantiae
immateriales per cognitionem generis et apparentium accidentium.”
Inmediatamente
pasa a especificar de qué manera se obtiene un conocimiento quiditativo confuso
en el caso de la esencia divina:
“Sed loco
cognitionis generis habemus in istis substantiis cognitionem per negationes, ut
cum scimus quod huiusmodi substantiae sunt immateriales, incorporeae non
habentes figuras et alia huiusmodi.”
Y detalla de
qué manera progresa ese conocimiento quiditativo confuso del quid est:
“Et quanto
plures negationes de eis cognoscimus, tanto et minus confusa est earum cognitio
in nobis, eo quod per negationes sequentes prior negatio contrahitur et
determinatur, sicut genus remotum per differentias.”
Es cierto que
justo antes del final del artículo, Tomás parece sostener, según se sigue de
una lectura no contextual, que este tipo de conocimiento funciona como un
substituto del conocimiento quiditativo:
“Ita ergo de
formis immaterialibus cognoscimus an est et habemus de eis loco cognitionis
quid est cognitionem per negationem, per causalitatem et per excessum”.
¿quiere
decir esto que, entonces, no se trata de conocimiento quiditativo auténtico?
Parece que
no. En primer lugar, porque Tomás ha establecido claramente que para conocer an
est, es preciso conocer quid est. En segundo lugar porque, al
examinar las distintas posibilidades por medio de las cuales podría obtenerse
un conocimiento de este tipo, Tomás no ha rechazado a todas sino que, por el
contrario, ha argumentado en favor de una de ellas. El argumento no ha
concluido en que no podemos conocer de ningún modo el quid est. Si esta
fuera la conclusión de Tomás, entonces, acto seguido debería haber concluido
que, por lo tanto, es posible conocer an est sin conocer quid est.
Es claro que esto no es lo que ha hecho Tomás. Lejos de poner en duda el
principio, ha explicado como se aplica a este caso.
En tercer
lugar, debe tomarse en cuenta que la última oración del cuerpo, en la que Tomás
evalúa de manera general las objeciones. Allí sostiene literalmente que
“primae
rationes procedunt de cognitione quid est perfecta, aliae autem de
cognitione imperfecta, qualis dicta est.”
Esto es,
diferencia entre una cognición perfecta del quid est y una
cognición imperfecta. Es decir, entre conocimiento quiditativo
perfecto y conocimiento quiditativo imperfecto.
En cuarto
lugar podemos invocar el hecho de que el asunto del artículo es
explícitamente si es posible conocer la forma divina.
El desarrollo
mismo del texto en el que el primer pasaje se halla inscripto sugiere
interpretar que lo que niega en ese caso es un conocimiento del “quid est
perfecte”. Si, en cambio, se interpretara que allí alude indiscriminadamente a
cualquier grado de conocimiento quiditativo, entonces, habría que concluir que
dicho artículo se encuentra plagado de inconsistencias. Una lectura atenta
sugiere lo contrario.
Este texto,
por lo que podemos ver, no solo brinda apoyo a nuestra hipótesis de lectura,
sino que la explica.
Por otra
parte, en el siguiente pasaje, también del BDT. Se encuentra inscripto en un
artículo anterior al que acabamos de examinar, con lo cual puede suponerse que
lo que es afirmado allí, en el artículo posterior es dado por supuesto. Aquí
Tomás ofrece lo que estábamos buscando, una formulación concisa en la
que consta el sentido en el que el conocimiento del quid non est puede
ser considerado como conocimiento del quid est:
“...hoc ipsum
quod scimus de eo quid non est supplet locum in scientia divina cognitionis
quid est; quia sicut per quid est distinguitur res ab aliis, ita per hoc quod
scitur quid non est.”
La
razón bajo la cual el conocimiento del quid non est puede ser
considerado conocimiento del quid est parece estar en que el primero
participa en cierta manera del la razón del segundo. Para ser más precisos, en
tanto y en cuanto el conocimiento quid non est nos permite distinguir
una cosa del resto, a semejanza del conocimiento quid est, el
conocimiento per negationes puede ser considerado, secundum quid,
conocimiento quiditativo.
De Potentia
El de Potentia no nos ofrece un
panorama distinto al que nos encontrábamos en los textos anteriores. Nuevamente
nos encontramos con pasajes en los que Tomás afirma textualmente que no podemos
alcanzar un conocimiento quiditativo natural, y otros en los que sí.
Así, en q.7 a.2, Tomás expresa textualmente:
“quid est Deus nescimus”.
Sin embargo, tan solo tres artículos después,
esto es, en q. 7 a. 5 Tomás vuelve a reflotar la distinción entre conocimiento
perfecto e imperfecto de una esencia que había desarrollado en sus obras
anteriores. Aquí, y esto es digno de destacar, ya no la desarrolla, sino que la
da por supuesta, y la utiliza como fundamento para su teoría de los conceptos y
nombres divinos:
“Si autem
huiusmodi intelligibilis species nostri intellectus divinam essentiam
adaequaret in assimilando, ipsam comprehenderet, et ipsa conceptio intellectus
esset perfecta Dei ratio, sicut animal gressibile bipes est perfecta ratio
hominis. Non autem perfecte divinam essentiam assimilat species praedicta, ut
dictum est; et ideo licet huiusmodi nomina, quae intellectus ex talibus
conceptionibus Deo attribuit, significent id quod est divina substantia, non
tamen perfecte ipsam significant secundum quod est, sed secundum quod a nobis
intelligitur.”
El
hecho de que se la de como por supuesta, sugiere hasta qué punto Tomás la
considera como ya establecida y sugiere rechazar una interpretación del
primer pasaje en el sentido de que niege allí la posibilidad de cualquier tipo
de conocimiento quiditativo. Las dificultades de seguir ese otro camino
interpretativo son las mismas que se encontraban presentes en los textos
anteriores.
Summa Contra Gentiles
En SCG III cap 52, Tomás aborda el asunto de
si es posible en esta vida ver a Dios por su esencia (“per essentiam”).
Es importante tener en cuenta que el contexto en el que se inserta el pasaje no
es el de si es posible conocer la esencia divina, sino el de si es posible
conocerla “per essentiam”. Responde textualmente por la negativa:
“Nulla substantia creata repraesentat Deum
quantum ad eius substantiam: quicquid enim ex perfectione cuiuscumque creaturae
apparet, minus est quam quod Deus est; unde per nullam creaturam sciri potest
de Deo quid est.”
En SCG III cap. 39 Tomás profundiza más
en el asunto. En este sentido desarrolla una distinción entre dos maneras en
que puede conocerse una esencia. Es importante señalar que en ambos casos
destaca que se trata de un conocimiento en sentido propio. En primer lugar
ubica el conocimiento por afirmación. Las características de animado y racional
son propiamente características del hombre. Mediante ellas podemos: (1) conocer
qué es el hombre (“quid est”), y (2) distinguirlo del resto de las
cosas. Ahora bien, las características de no-inanimado y no-irracional, también
son características propias del hombre. Este es el tipo de conocimiento que
asequimos per negationes. Pero este conocimiento nos permite solamente
distinguirlo del resto de las cosas, y no conocer , dice aquí, el “quid est”.
En SCG I cap. 14, Tomás había
desarrollado por primera vez el asunto. Aquí distinguía, como en el pasaje
anterior, la posibilidad de conocer la substancia divina, y establecía una
distinción entre conocer la esencia de una cosa y conocer quid est. En
relación al conocimiento de Dios afirma textualmente la posibilidad de lo
primero y rechazar la posibilidad de lo segundo, en consonancia con el pasaje
citado anteriormente. Para conocer el quid est de una esencia hay que
señalar su género y su diferencia. Ahora bien, dado que respecto de Dios no
contamos ni con el género ni con la diferencia afirmativa, tenemos que recurrir
a las negativas, esto es, a la via remotionis. Pero de esta manera no
conocemos a Dios, especifica Tomás, quod in se sit. El conocimiento con
el que contamos de esa esencia será así necesariamente imperfecto.
Ahora bien, considerando estos pasajes a la
luz de las obras anteriormente examinadas, ¿podemos detectar aquí un viraje en
la posición de Tomás? Podemos seguir tres caminos. Uno sería afirmar que sí.
Otro sería intentar interpretar de qué manera estos textos apoyan la
posibilidad de un conocimiento quiditativo natural. Tomaremos este segundo camino.
En primer lugar, intentaremos determinar a qué
se refiere Tomás en estos pasajes con conocer quid est.
Si consideramos el asunto atentamente, veremos
que en segundo grupo de pasajes podemos encontrar, entre otras cosas, un
criterio para interpretar el primero. Si una esencia puede conocerse
propiamente tanto por vía afirmativa como por vía negativa, aunque de manera
más perfecta por el primer camino, la lectura del primer pasaje conlleva, por
su pertenencia y dependencia del conjunto de la obra en que se inscribe, tomar
en cuenta que no puede estar negando allí la posibilidad de un conocimiento
natural de la substancia divina tout court. En este sentido decíamos que
era importante notar que de lo que se trata en ese artículo es de negar un
conocimiento “per essentiam”.
Ahora bien, incluso en el segundo grupo de
pasajes, si los leemos atentamente, encontramos un uso sumamente flexible de
los términos que, si no se tomara en cuenta, conduciría a afirmar lisa y
llanamente contradicciones con otras tesis fundamentales y mucho menos
objetadas de Tomás. Por empezar, si un conocimiento del quid est
exijiera definición de la esencia de la cosa, entonces la esencia divina no
podría conocerse nunca. Ahora bien, hay consenso entre los comentadores en que
Tómas sostiene que este conocimiento será posible en la vida futura. Y, por
otra parte, en que Dios es indefinible, en virtud de no pertenecer a ningún
género ni especie, aparece firmemente establecido incluso en SCG:
“ (…) Deus definiri non potest: quia omnis definitio est ex genere et
differentiis.”
De donde se sigue que en los pasajes
anteriores Tomás no debe estar acotando el conocimiento del quid est
al conocimiento por género y diferencias, esto es, por definición. En cambio,
todo indica que Tomás esta diciendo que el conocimiento del quid est
divino debe ser un tipo al menos tan perfecto como el que tenemos sobre las
creaturas cuando podemos definirlas. Esto también presenta una dificultad. En SCG
III cap. 49 Tomás afirma, al menos textualmente, que la quididad divina
no puede ser conocida a través de la de una creatura, ya que
“Omnis intelligibilis species per quam
intelligitur quidditas vel essentia alicuius rei, comprehendit in
repraesentando rem illam: unde et orationes significantes quod quid est
terminos et definitiones vocamus. Impossibile est autem quod aliqua similitudo
creata taliter Deum repraesentet.”
Esto es, conocer una quididad parecería
implicar, según se lee textualmente aquí, comprehenderla. Sin embargo, tal como
establece en SCG III cap. 55, la esencia divina será incomprehensible
aún en la vida futura:
“Impossibile
est ergo quod visio alicuius intellectus creati adaequet in videndo divinam
substantiam, scilicet ita perfecte ipsam videndo sicut visibilis est. Nullus
igitur intellectus creatus ipsam comprehendit”
¿En qué se hace conocer el conocimiento quid est
de la esencia divina en la vida futura, entonces?
El punto fundamental no está en la posibilidad
de articular conceptos en una definición sino, al parecer, en el hecho
“psicológico” de que la esencia divina se una al intelecto:
“Ostensum
enim est supra quod divina substantia non potest videri per intellectum aliqua
specie creata. Unde oportet, si Dei essentia videatur, quod per ipsammet
essentiam divinam intellectus ipsam videat: ut sit in tali visione divina
essentia et quod videtur, et quo videtur.”
Ahora
bien, esto sugiere reinterpretar los pasajes que examinamos anterioremente en
los que se hablaba de “comprehensión” como posibilidad de definir. Lo que, al
mismo tiempo muestra la riqueza de sentidos (rationes) que guardan ambos
términos.
Tomando en
cuenta todos los pasajes que examinamos de SCG y los de los anteriores, podemos
aventurar lo siguiente, considerando especialmente la distinción entre conocer quid
est y ser capaz de distinguir una esencia absolutamente de las demás. El
término “quid est” tiene muchos sentidos. El sentido más pleno es el
comprehensivo sin necesidad de definición, ya que Dios es, si nos atenemos
estrictamente al significado pleno del termino “definir”, indefinible. Si
prestamos atención al último pasaje veremos que allí se afirma que el
conocimiento quiditativo de la visión beatífica tiene la peculiaridad de que el
medio de la visión (quo) y lo visto (quod) coinciden. Esto enriquece nuestra
interpretación del primer pasaje que examinamos en esta sección. Allí de lo que
se trataba globalmente de determinar era la posibilidad de conocer a Dios per
essentiam, esto es de que hubiera coincidencia absoluta entre el medio de la
visión y lo visto. Cuando Tomás afirmaba textualmente la imposibilidad de
conocer la esencia divina en esta vida, se refería, podemos interpretar, a una
visión con este tipo de medio, no a la posibilidad de conocer la esencia divina
simpliciter, sobre la que Tomás afirma en el otro grupo de pasajes que podemos
tener conocimiento propio. Ahora bien, esto sugiere que conocer quid est es,
para Tomás, en sentido estricto, simplemente una de las especies del genero del
conocimiento de una esencia. El conocimiento-de-una-esencia como género se
especifica según el medio por el que se efectúa ese conocimiento.
En segundo
lugar viene el conocimiento del quid est definiente, cuyo objeto solo
pueden ser las creaturas. En este caso también es posible un conocimiento de la
esencia natural comprehensivo -para el hombre, al menos, de las creaturas
corpóreas.
En tercer
lugar tenemos el conocimiento de la esencia divina per negationes. En los tres
casos lo conocido (id quod) es la esencia divina. Pero, detengámonos en
el tercero.
Como hemos
visto en esta obra Tomás distingue entre conocer propiamente una esencia ya (1)
afirmativamente, ya (2) per negationes. Al primer caso lo denomina aquí
propiamente conocer quid est. Ahora bien, hay que notar que la
posibilidad de distinguir una esencia de otra aparece, en este mismo texto,
como, digamos, un efecto (no exclusivo) del primer tipo de conocimiento. Una de
las hipótesis que podemos aventurar es que es esa precisa relación efectiva
(aunque no exclusiva), digamos, de causa y de efecto, la que junto al hecho de
que en ambos casos se trata de un conocimiento propio de la esencia divina, la
que justifica conceptualmente el hecho de que pueda hablarse en términos de un
conocimiento quid est imperfecto, y de que Tomás efectivamente lo haga,
como vimos, en las obras anteriores. Puede interpretarse, en este sentido, que
el uso del término es analógico.
El
conocimiento per negationes puede ser considerado quiditativo por un
doble motivo: (1) en tanto su producto realmente se asemeja al
conocimiento de una esencia por la presencia de un medio (quo) idéntico
a lo conocido (quod), dado que tanto este último, como el primero,
permite distinguir una esencia del resto de las esencias, esto es, dado que se
trata del mismo “efecto” (la distinción de una esencia del resto) que permite
el conocimiento en el caso en que el medio(quo) es idéntico a lo conocido; y
(2) dado que es conocimiento propio de una esencia.
Desde esta
hipótesis el conocimiento per negationes es conocimiento propio de la
esencia divina aunque solo por semejanza conocimiento comprehensivo, esto es,
no es estrictamente comprehensivo. Participa, sin embargo, de una de las rationes
del conocimiento comprehensivo. Esta participación deficiente, sin embargo, no
implica ni que su producto sea vacío (lo que sucedería si en ese producto no
fuera representada la esencia divina y, por lo tanto, no fuera conocida) ni
implica falsedad -es decir, distorsión, lo que no lo haría un
conocimiento verdadero de la esencia divina. Lo hace, simplemente deficiente.
Efectivamente, hay una ratio (la de la
posibilidad de distinguir una esencia del resto) compartida, aunque comparados
globalmente ambos tipos de conocimiento (cuya divergencia esta, lo repetimos,
en el medio -quo- y no en lo conocido -quod), no sean idénticos sino solo
semejantes. La desemejanza, por lo tanto, no hace que no se trate de un
conocimiento en sentido propio, en ambos casos, de la esencia divina. Solo
conlleva que en la clasificación de tipos (no de objetos) de conocimiento, a
causa de no haber identidad estricta entre el conocimiento comprehensivo y el
no-comprehensivo, no pueda considerarse a este último como conocimiento quid
est estricto. La semejanza, sin embargo, permite clasificar al conocimiento
no-comprehensivo de la esencia divina como un conocimiento del quid est simplemente
secundum quid, y por lo tanto, como imperfecto.
Desde esta
interpretación que no es, sin embargo, la única posible, puede sostenerse que
no ha habido un giro en la posición de Tomás desde sus obras tempranas al
llegar a esta. En cambio, puede establecerse que en esta obra Tomás enfoca el
problema exclusivamente del conocimiento quid est en sentido
estricto, mientras que en las otras encontramos pasajes en los que lo aborda
tanto en sentido estricto como laxo.
No nos
cansamos de resaltar, por otra parte, siempre estaríamos hablando de
conocimiento de la esencia divina en sentido propio. Esta tesis esta fuera de
discusión. Lo que se discute es tan solo si el medio (quo) comprehende o
no comprehende la esencia. En un caso lo hace perfectamente. Este es el
conocimiento quid est en sentido estricto. En el otro solo secundum
quid, en tanto permite diferenciarla del resto de las esencias: este sería
el conocimiento quid est imperfecto.
La variación
esta en, por decirlo así, la calidad del medio que, en ninguno de los
dos casos se encuentra distorsionado, sino que uno es deficiente en relación al
otro. En ambos casos los medios (quo) nos unen cognitivamente a la
esencia divina, son conocimiento verdadero en sentido propio.
Por otra
parte, no podemos descartar (eso requeriría una investigación posterior) la
hipótesis de un cierto cambio de rumbo en SCG, no puede descartarse de lleno:
que Tomás haya considerado hasta SCG conocimiento quid est sencillamente
al conocimiento de la esencia, y que considere conocimiento quid est
perfecto al que es comprehensivo e imperfecto al que no lo es . En este
caso el conocimiento quid est sería un género que los abarcaría a ambos
y, por lo tanto, por compartir esa ratio communis mínima, ambos serían
propiamente conocimiento quid est.
Pero tampoco
puede descartarse, y esta es la hipótesis que haría a SCG más coherente con el
resto de sus obras, que no haya habido ningún cambio de rumbo y que en SCG,
cuando niega un conocimiento quid est, haya querido utilizar contextualmente
el término con el significado de conocimiento-quid-est-comprehensivo (como el
que podemos tener de las creaturas corporeas), sin que ello implicase que
estuviera negando doctrinalmente que exista un conocimiento-quid-est de
la esencia divina de otro tipo: simplemente estaría empleando los términos
tratando de rechazar enfáticamente que tengamos un conocimiento de la esencia
divina del mismo grado que el que tenemos de la creatural. Cuando hablamos por
lo general con referencia a las creaturas, hablamos de conocimiento del quid
est como conocimiento comprehensivo, y aquí simplemente estaría tratando de
diferenciarlo del conocimiento que podemos tener en esta vida de la esencia
divina.
En todo
caso, hasta donde tenemos conocimiento, Tomás no habló nunca en términos de
conocimiento “quiditativo”. El término parece más bien haber sido
elaborado por sus comentaristas. Lo que tenemos a ciencia cierta hasta
aquí es que Tomás en muchas ocasiones sostuvo que podíamos tener un
conocimiento del tipo quid est de la esencia divina, y en otras que no. Cuando
textualmente sostuvo que sí, siempre calificó ese conocimiento como imperfecto,
lo que sugiere al menos que es posible que en el resto de los casos utilizara
el término como significando comprehensión perfecta.
Las dos
últimas hipótesis, y especialmente la última son las que parecen concordar
mejor con la doctrina clásica de que conocer una esencia es conocer quid est.
La última parecería la más coherente con el resto de sus obras.
En
cualquiera de las hipótesis que exploramos, sin embargo, Tomás habría
sostenido, con todo, que es posible conocer la esencia divina, aunque de manera
deficiente. Y por el hecho de ser conocimiento viene implicado que ni es
ignorancia ni es falso.
Y en todos
los casos encontramos, a excepción de SCG, que Tomás sostiene explícitamente
que se trata de conocimiento del quid est. E incluso en SCG encontramos
que puede sostenerse que esa misma doctrina puede hallarse implícita, según
cualquiera de las hipótesis, aunque más coherentemente, a nuestro entender,
respecto de la última.
Summa
Theologiae
Nuestro examen de ST será escueto, dado
que no ofrece novedades significativas con lo que hemos desarrollado hasta
aquí. Simplemente daremos cuenta de que hay evidencia textual para mostrar que
la tensión de la que venimos hablando se encuentra inscripta aún en sus últimas
obras. También en ST hay pasajes en los que el teólogo sostiene que es posible
tener un conocimiento quiditativo. Y hay pasajes en los que textualmente
aparece negado.
En el célebre proemium de ST I
q. 3, por ejemplo, Tomás parece sostener que no es posible conocer quid est
Deus. Afirma textualmente que no podemos conocer qué es Dios, sino
solo qué no es:
(…) quia de Deo scire non possumus quid sit,
sed quid non sit, non possumus considerare de Deo quomodo sit, sed potius
quomodo non sit. (…)
Esta posición parece ser refrendada en la
cuestión duodécima de la primera parte de la Summa:
“Non autem per aliquam similitudinem creatam
Dei essentia videri potest, quae ipsam divinam essentiam repraesentet ut in
se est.”
Nótese, sin embargo, la cualificación. No
podemos conocer esa esa específicamente de cierta manera: ut in se est.
De manera progresiva, en la quaestio siguiente
nos encontramos nuevamente con dos cualificaciones. En primer lugar se repite,
con otras palabras, la de recién: no podemos conocer la esencia divina secundum
quod in se est. La segunda cualificación atañe a la manera en que sí
podemos conocer la esencia divina. Podemos conocerla según como es representada
por la perfecciones creaturales:
“(...)
essentiam Dei in hac vita cognoscere non possumus secundum quod in se est, sed
cognoscimus eam secundum quod repraesentatur in perfectionibus creaturarum.”
El siguiente pasaje es clave, a nuestro
entender, para comprender dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, Tomás
nos ofrece una clave de lectura para interpretar qué ha querido decir sobre el
conocimiento de la esencia divina hasta ST I q. 13. En segundo lugar nos
confirma qué alcance tiene el conocimiento que ofrece la triplex viae
(de causalidad, eminencia, y negación).
“ (…) ipsam naturam Dei prout in se est, neque
Catholicus neque Paganus cognoscit, sed uterque cognoscit eam secundum aliquam
rationem causalitatis vel excellentiae vel remotionis, ut supra dictum est.”
De acuerdo a este pasaje queda claro que Tomás
sostiene que lo que se conoce por medio de la triplex viae es la esencia
divina aunque, en concordancia con los textos anteriores, no se la conoce prout
in se est. Por otra parte, declara explícitamente que este es el sentido de
lo que ha pretendido desarrollar hasta la quaestio decimotercera de Summa
Theologiae.
En la misma quaestio, por otra parte, en
ocasión de señalar de qué manera significan los nombres divinos, se señala que
ese conocimiento de la esencia divina es un conocimiento imperfecto del quid
est:
“(...) nullo istorum nominum exprimitur quid est
Deus perfecte, sed unumquodque imperfecte eum significat, sicut et creaturae
imperfecte eum repraesentant.”
De estos pasajes se colige que la doctrina de
Tomás en ST sigue la misma línea que la de sus obras más tempranas, en las que,
como vimos, se intercalan pasajes en los que afirma que no es posible un
conocimiento natural de quid est deus con pasajes en los que, en cambio,
se afirma que sí existe posibilidad, aunque cualificadamente: de manera
imperfecta. Esto sugiere, por otra parte, que en SCG no ha habido un cambio de
rumbo o, por lo menos, que si hubiera existido una diferencia doctrinal entre
esa obra y las anteriores, Tomás habría retornado en ST a su doctrina una y
otra vez repetida de que es posible conocer qué es Dios de manera imperfecta.
Conclusiónes
de esta sección:
Hay
evidencia para sugerir que Tomás ha sostenido a lo largo de toda su obra que
podemos conocer la esencia divina, esto es, que acerca de Dios no solo podemos
conocer quia est y quid non est, sino también quid est,
aunque en este caso solo de manera imperfecta. El conocimiento quid non est,
por caso, cumple de manera imperfecta con la ratio del conocimiento quid est
perfecto, a partir de lo cual a Tomás le resulta admisible considerarlo como
una manera, imperfecta, claro, de conocimiento quiditativo.
Tomás
utiliza el término de una manera fluída, lo que no hace posible determinar su
sentido de manera unívoca. En cambio hay que distinguir entre una pluralidad de
sentidos. En todos los casos conocer quid est implica conocer la esencia
de algo. El conocimiento quiditativo perfecto es el que incluye la
comprehensión. Si tomamos el conocer una esencia como la noción general (ratio
communis) de conocimiento quiditativo, entonces tanto el conocimiento
quiditativo perfecto como el imperfecto pertenecen propiamente al género de
conocimiento quiditativo. Si, en cambio, tomamos como noción propia al
conocimiento comprehensivo de una esencia, entonces el conocimiento per
negationes, en virtud de la similitud deficiente que guardaría con aquél
(esa semejanza estaría dada por la posibilidad, en ambos casos, de distinguir
una esencia del resto de las esencias), sería conocimiento quiditativo secundum
quid.
1.2
Representaciones. Conceptos, Juicios.
El objeto natural del conocimiento humano,
según afirma Tomás de Aquino, es la forma de la substancia corpórea. El
entendimiento solo puede conocer esas formas, en su funcionamiento normal,
mediante especies (species), las cuales guardan con las formas conocidas una
relación de semejanza (similitudo).
La inclusión de la visión beatífica
dentro de las posibilidades cognitivas del entendimiento humano viene
acompañada, en el desarrollo de la articulación teórica de Tomás de Aquino, de
una ampliación de la epistemología natural, tanto en lo que hace a los
elementos intervinientes en el acto epistémico como a su funcionamiento normal.
Hay un principio básico que se mantiene en
ambos casos: para que haya una visión intelectual deben cumplirse dos
condiciones : [1] que el cognoscente cuente con la capacidad de visión adecuada
a la realidad vista, y [2] la unión de lo visto con la visión.
Como hemos visto, el entendimiento humano,
limitado a su sola capacidad, carece de la posibilidad de conocer la esencia
divina per essentiam, esto es, de conocerla secundum quod in se est.
Esta afirmación vale tanto para el enfoque estricto de conocimiento quiditativo
como para el laxo.
En apoyo de esta tesis Tomás esgrime dos
razones: [1], que la manera y alcance naturales del conocimiento están
limitados vis-a-vis por la naturaleza del que conoce, y [2] que Dios
excede el modo de ser de cualquier ente creado.
De aquí que solo queda remanente la
posibilidad de una ampliación del alcance cognitivo del entendimiento creado
recurriendo a la tesis de una intervención sobrenatural.
En
el artículo segundo de ST I q. 12, Tomás desarrolla específicamente una teoría
sobre el modo en que se llevaría a cabo esa intervención, los elementos
intervinientes en el acto cognitivo que la misma posibilita, y el
funcionamiento del entendimiento en este tipo de cognición excepcional.
Comienza haciendo un análisis sobre los
requisitos que tienen que cumplirse para que haya una visión intelectual.
Básicamente enumera dos : [1] que el cognoscente cuente con la capacidad de
visión adecuada a la realidad vista, y [2] la unión de lo visto con la visión.
En cuanto a la capacidad de visión natural,
del todo insuficiente, como hemos visto, en orden al conocimiento de la esencia
divina tal como es (ut in se est), el aquinate sostiene que precisa de
ser perfeccionada por una luz superior a la natural. A partir de aquí se
explica la introducción de la lumen gloriae, una luz creada
sobrenatural, a la que se adscribe la función de capacitar al entendimiento
para la visión de la esencia divina.
En cuanto a la unión con lo visto Tomás
introduce otra importante modificación respecto de la manera natural de
conocer.
El objeto natural del conocimiento humano,
como decíamos recién, es la forma de la substancia corpórea. El entendimiento
solo puede conocer esas formas, en su funcionamiento normal, mediante especies
(species), las cuales guardan con las formas conocidas una relación de
semejanza (similitudo).
La visión de la esencia divina tal como es en
si (ut in se est) supone, en este punto, una doble modificación a la
manera natural de conocer. En primer lugar, en cuanto, sobrenaturalmente, la
realidad objeto del entendimiento humano, viene a ser una forma no-corpórea,
que no es conocida a partir de las formas de las creaturas corpóreas sino a
partir de si misma, y que viene a ser entendida tal como es en si. En segundo
lugar, y en este punto nos detendremos, este conocimiento intuitivo de la
realidad inteligible no se realiza tampoco mediante una especie (per speciem
creatam) que Dios podría eventualmente infundir en el entendimiento.
En el artículo segundo se esgrimen tres
razones por las cuales resultaría imposible conocer la esencia divina tal como
es mediante alguna semejanza: [1] en tanto la esencia divina es superior a
cualquier semejanza (similitudo) que pueda hallarse en una especie creada (specie
creata); [2] en tanto la esencia de Dios es su mismo ser, en lo que
no puede convenir ninguna especie creada; y [3] en tanto que la esencia divina
es algo incircunscripto, que contiene eminentemente toda perfección cognoscible,
mientras que toda especie esta determinada por alguna razón -per aliquam
ratione.
Sobre la base de estos supuestos Tomás
concluye que la única manera de conocer la esencia divina tal como es, queda
condicionada a que la forma del entendimiento sea la mismísima realidad divina,
esto es, solo es posible conocer la esencia divina per suam essentiam.
El conocimiento que posibilita este
funcionamiento sobrenatural del entendimiento, presenta un inventario de
características que parecerían, a primera vista, incompatibles entre sí. Tomás
no es inconsciente de esta dificultad, razón por la cual se ocupa de explorar
esas tensiones con cierto detalle. La problemática salta a la vista con solo
enumerarlas. Por un lado, se trata de un conocimiento que [a] es visivo,
[b] versa sobre la esencia divina tal como es, y [c] se extiende a la totalidad
de esa esencia, y, sin embargo, [d] admite gradación, y más aún [e] deja a la
esencia divina incomprehendida.
Repasemos sucintamente en qué consiste cada
una de estas características, y qué razones arguye Tomás para defender su
compatibilidad. Resulta conveniente comenzar realizando algunas precisiones en
torno al último punto, que junto al tercero parecen los más difíciles de
conciliar con el resto.
Hacia el artículo séptimo Tomás se ocupa de
defender específicamente la tesis de la incomprehensibilidad de la esencia
divina aún en el caso de la visión gloriosa. Se trata de una afirmación que se
desprende sin sobresaltos de las características que posibilitan el acto
epistémico que ya hemos examinado. Dios es infinitamente cognoscible. Ahora
bien, ninguna luz creada puede ser infinita, y la única manera que
tenemos de ver a Dios tal como es, requiere del perfeccionamiento que produce
en el entendimiento la lumen gloriae, que es una luz creada.
En consideración del carácter creatural de la lumen
gloriae se sustenta también la admisión de grados en la visión beatífica:
una luz creada puede ser más perfecta o menos perfecta, y así capacitar con
mayor o menor grado de perfección al entendimiento creatural, lo que, por lo
tanto, implica, en definitiva, un conocimiento de grado variable de perfección.
La compatibilidad de este grupo de
características con las dos primeras encuentra su fundamento en una distinción
de dimensiones hacia el interior del acto de visión, entre modalidad de la
visión de parte del vidente (ex parte videntis), y modalidad de la
visión en cuanto a la cosa vista (ex parte rei visae). La estrategia de
Tomás de Aquino consiste en ubicar incomprehensibilidad y gradación del lado de
los modificadores de la modalidad de visión de parte del vidente, y dejar el
resto de las características para la otra dimensión.
Estos desarrollos le permiten a Tomás, por
otra parte, articular un sentido alterno de comprehensión y completar así su
teoría del conocimiento quiditativo. Como ya hemos visto, Tomás se sirve de la
tesis de la imposibilidad de comprehender la esencia divina para justificar en
el enfoque estricto de conocimiento quiditativo, la imposibilidad de conocer el
quid est de esa esencia, y en el enfoque laxo la imposibilidad de
conocerlo perfecte. En ambos casos surgía un problema en relación a la
visión beatífica, en el que la esencia divina, Tomás no ha dudado en afirmar
que también permanece incomprehensa.
La estrategia no carece de efectividad, en
tanto ofrece ciertamente un marco de coherencia a afirmaciones aparentemente
contradictorias, como que la esencia divina es totalmente vista y, sin
embargo, no es perfectamente comprehendida. Es totalmente vista ex parte rei
visae, e imperfectamente vista ex parte videntis.
Habiendo considerado el alcance del conocimiento asequible al entendimiento humano funcionando bajo la luz de la gloria, pasaremos ahora a examinar las características que adopta en la vida presente.
Habiendo considerado el alcance del conocimiento asequible al entendimiento humano funcionando bajo la luz de la gloria, pasaremos ahora a examinar las características que adopta en la vida presente.
En este estado de vida contamos solamente con
dos vías para conocer la realidad divina: la razón natural y la fe. Tomás
considera que el conocimiento que ofrece la fe es superior al que podemos
adquirir mediante la sola razón natural, aduciendo que nos permite conocer a
Dios con mayor profundidad. Apoya esta afirmación en dos razones [1] en cuanto
que pone a nuestro alcance obras divinas más sublimes, y [2] en tanto nos
permite atribuirle propiedades a las cuales no llega la razón natural, como que
es uno y trino.
Sin embargo, aunque el conocimiento de fe no
se encuentra limitado, como sí sucede en el caso de la razón natural, a ofrecer
verdades sobre la realidad divina exclusivamente asequibles a través de sus
efectos, no llega tampoco a alcanzar a Dios tal como es en sí mismo. En
efecto, la verdad divina no se hace accesible a la fe a través de su propia
esencia (per suam essentiam), que, como hemos visto, es el único modo en
que puede conocerse a la esencia de dios tal como es (sicuti est). En
cambio, se expresa por medio de semejanzas (per similitudines), y más
aún, por medio de semejanzas tomadas exclusivamente de la realidad categorial
corpórea, que es el ámbito cognoscible connatural al hombre. Ahora bien, esto
implica que el grado en que la fe nos permite conocer la esencia divina
depende, en última instancia, como ocurre también, por otra parte, en el caso
de la razón natural, del grado en que la realidad corpórea se le asemeja.
En este sentido, como vimos, Tomás realiza una
distinción entre dos modos de conocer la esencia divina: [I] según cómo
es en sí misma (secundum quod in se est) y [II] según cómo se encuentra
representada en las perfecciones creaturales (secundum quod repraesentatur
in perfectionibus creaturarum).
En la cuarta cuestión de ST I Tomás se
detiene a determinar las características, alcance y límites de la relación de
semejanza. El punto ciego de la articulación se encuentra en la premisa,
demostrada en el artículo anterior, de la preexistencia, en grado
eminente, en Dios, de las perfecciones presentes en todas las cosas (en las que
se encuentran, en cambio, en grado deficiente), en lo que viene implicada la
presencia de una cierta comunidad de forma entre la realidad divina y la
creatural. Partiendo de esta base, Tomás determina la noción de semejanza, en
el artículo siguiente, en términos de comunidad formal. Este movimiento
le posibilita deducir los distintos modos de similitudo tomando,
precisamente, a la conveniencia en la forma, como hilo conductor: cuantos modos
existan de comunidad en la forma, serán los modos y grados posibles de
semejanza.
Ahora bien, se puede convenir en una forma de
tres maneras: [1] según la misma ratio simpliciter (este es el máximo de
conveniencia posible y, por lo tanto, de semejanza); [2] según la misma ratio,
pero en distinto grado; [3] según una ratio distinta, y en este caso, ya [3.1]
compartiendo sin embargo todavía la misma razón genérica, o [3.2] no
compartiendo ni siquiera la misma razón genérica, sino por analogía, a la
manera en que todas las cosas convienen en el ser (por lo que se trata del
grado más más bajo de comunidad formal y, por lo tanto, también de semejanza).
En tanto la realidad divina no se encuentra
circunscripta o limitada de ninguna manera bajo las condiciones de la realidad
creatural, sino que, por el contrario, se caracteriza por trascender eminentemente
todo género y especie, solamente puede admitirse entre ambas una conveniencia
del último tipo. Esto significa, a tenor de lo expuesto mas arriba, que la
forma que se encuentra en Dios bajo la ratio perfecta, se encuentra también en
la realidad creatural, pero bajo una ratio deficiente.
De aquí que la relación de semejanza que va de
las creaturas a Dios solo pueda alcanzar un grado mínimo.
Paralelamente, por lo tanto, el conocimiento
que puede ofrecer la fe sobre la realidad divina tiene que resultar
necesariamente calificable como mínimo y deficiente (y en este sentido acotado,
parcialmente negativo). Se trata de un conocimiento que [a] no es visivo y [b]
que solo representa a la esencia divina tal como puede ser entendida por medio
del entramado categorial creatural cognitivamente connatural al hombre.
La razón natural se encuentra también
estrechamente limitada al respecto. Con el agravante de que no solo el
conocimiento que puede alcanzar de la esencia divina es igualmente deficiente,
sino que se encuentra absolutamente restringida en su provisión de verdades a
las que sean asequibles exclusivamente a partir de las creaturas. Esto es, solo
puede recaudar las verdades sobre la realidad divina que resultan manifiestas
en tanto que Dios es causa.
Esta adquisición de verdades, por otra parte,
requiere de una metodología distinta de la empleada en el caso en que el objeto
de investigación pertenece a nuestro ámbito cognitivo connatural. La
investigación sobre Dios comienza en la creatura, demostrando su existencia (an
sit). Pero no puede alcanzar a conocer lo que es en sí mismo (quid est
en el enfoque más propio, quid est perfecte en el menos propio).
La metodología precisa adaptarse al objeto, y
al punto de partida desde el que resulta posible abordarle. Tomás de Aquino
sostiene que el método adecuado para conocer de manera natural aunque sea
deficientemente la esencia divina es el de la triplex viae, de
causalidad, remoción y eminencia:
“... ipsam naturam Dei prout in se est,
neque Catholicus neque Paganus cognoscit, sed uterque cognoscit eam secundum
aliquam rationem causalitatis vel excellentiae vel remotionis...”
Tomás
utiliza la triple vía de diversas maneras, determinadas según el contexto.
En ocasiones, cada vía individual es utilizada con independencia de las
otras. En esta línea podemos notar que
hacia la cuestión segunda de ST I, en el marco de demostrar la
existencia de Dios, predomina la vía causal; en la tercera quaestio predomina
la negativa, y en la cuarta, la de eminencia. En otras ocasiones, la triple vía
es utilizada como un todo integral. En esta instancia se suele comenzar
estableciendo, por medio de la vía causal, la existencia en Dios de alguna
perfección. En tanto esa forma se halla en la realidad divina de acuerdo a una
ratio diferente a como se encuentra presente en la creatura, el método
prescribe que esa ratio deficiente sea negada respecto de Dios, en lo que
redunda el despliegue de la vía negativa. Pero negar que la forma se encuentra
presente de acuerdo a la misma ratio, no significa ni negar la presencia de esa
forma, lo cual se ha establecido causalmente, ni negar que la manera en que esa
forma se encuentra en la realidad creatural carezca de semejanza con el modo en
que se halla en la divina. Este carácter relativo de las negaciones, se
hace definitivamente manifiesto en la vía eminentiae, por medio de la
que se llega a afirmar, aunque sin llegar a alcanzar a verla en sí misma, la
presencia en Dios de esa misma forma aunque de acuerdo a una ratio más elevada,
excesiva en relación a la ratio en que se halla presente en la creatura y, por
lo tanto, cognitivamente inaccesible, bajo esa modalidad eminente, a la razón
desprovista de la lumen gloriae.
Podemos concluir que el conocimiento que se
ofrece a la razón natural resulta también, por lo tanto, deficiente (y otra
vez, en un sentido acotado) negativo, en relación a la manera en que Dios resulta
cognoscible en la visión beatífica. De donde se colige, por otra parte, que las
construcciones teológicas desarrolladas a partir de estas bases no pueden
sustraerse del mismo calificativo de negativas.
Ahora bien, como hemos visto, Tomás sostiene
que todo conocimiento humano (a excepción del propio de la visión beatífica) es
por representación, y en el caso del conocimiento intelectual, por conceptos, a
partir de los cuales, articulándolos, el entendimiento formula juicios. ¿Cuáles
son las características de estas representaciones intelectuales? ¿Cuál es la
diferencia, de acuerdo a Tomás de Aquino, entre este tipo de conceptos que nos
formamos sobre la esencia divina, incomprehensible de manera natural en
cualquiera de los dos sentidos que, como vimos, atribuye al término, y el
que podemos tener de las esencias de las creaturas corpóreas, o el propio de la
visión beatífica?
Para responder a estos interrogantes, y dado
que la representaciones, como hemos visto, son el medio necesario del
conocimiento natural, nos detendremos, en primer lugar, a examinar qué
considera Tomás por medio cognitivo.
En SS Tomás distingue tres tipos de
medios cognitivos. Hay un medio que no determina la especie de lo visto, sino
que simplemente permite su visión vg. En el caso de la visión corporal, la luz
oficia de medio; en el de la intelectual, el intelecto agente. Este es el medio
sub quo. Otro caso es el del medio que determina la visión hacia un
objeto específico vg. por la forma (o species) de la piedra se
conoce la piedra. Este es el medium quo. Un tercer caso es el de aquél
medio en el que la cosa es vista vg., a la manera en que a partir de la
visión de una cosa (como la representación de algo en un espejo) nos conducimos
hacia otra (como a aquello que en el espejo se encuentra representado), y así
es como vamos del efecto a la causa. Este es el medium in quo.
En el caso de la visión beatífica, señala
Tomás no hay un medium in quo, ya que la esencia divina no es vista por
la species de otra cosa, sino por sí misma. Tampoco hay un medium quo,
ya que lo que determina la visión no es una species sino Dios mismo presente en
el intelecto. Solo hay un medium sub quo, la lumen gloriae.
En
el caso del conocimiento natural de los entes corporeos, por otra parte,
podemos deducir, hay necesariamente medium sub quo y medium quo y
contingentemente medium in quo.
En el caso del conocimiento natural de Dios,
señala Tomás, se encuentran presentes las tres mediaciones. Se conoce a Dios
por la luz del intelecto agente (medium sub quo). Por medio de species (medium
quo). Y en las creaturas (medium in quo), lo que lo hace un
conocimiento en espejo.
En Super I Cor. Tomás se explaya más
profundamente en lo que hace al conocimiento o visión por espejo,
desarrollando una taxonomía de sus variantes. El conocimiento o visión
por espejo se diferencia del conocimiento o visión cara-a-cara (facie ad
faciem), propio de la visión beatífica, en que en el primer caso lo que es
visto es la cosa misma tal como es (videmus
ipsam rem sicut est), mientras que en el
segundo la vemos en una semejanza suya, y por lo tanto, no en sí misma.
Una semejanza por reflejo en un espejo, señala
Tomás, puede ser de dos maneras [1] clara y abierta (este es el caso en el que
más propiamente se aplica la metáfora del espejo, y en esto consiste la visión
alegórica -allegoricae visionis), o [2] obscura y oculta, esto es, enigmática (visio
aenigmatica).
Ahora bien, en esta vida, señala Tomás,
podemos conocer a Dios, pero no podemos conocerlo tal como es en sí mismo (sicuti
est). Partimos de semejanzas (similitudines), pero, dado que difieren tanto
en especie como en género de la esencia divina, ninguna puede hacernos
conocerla tal como es. Conocemos los invisibilia dei a partir de su
reflejo en las creaturas (medium in quo), pero ello implica que no los
vemos en sí mismos sino en ellas. Tal como son en sí mismos permanecen ocultos,
y como en enigma.
A partir de aquí podemos describir en términos
de mediaciones el conocimiento de la esencia de la creatura y el conocimiento
de la divina. En el caso del conocimiento de la res creatural (esto es,
cuando el id quod es de tipo creatural), podemos deducir, el medium
sub quo es el intelecto agente. El medium quo es una species que
es semejanza perfecta de la esencia que representa. No hay (al menos
necesariamente) medium in quo, ya que la res creatural (al menos la
corporea) puede ser conocida por sí misma.
En el caso del conocimiento divino (esto es,
en el caso en el que la res conocida -el id quod- es Dios),
adquirido mediante la aplicación sistemática de la triplex viae, el
conocimiento creatural, con sus mediaciones, funciona como punto de partida. El
resultado será un conocimiento, que en términos de mediaciones, podemos
deducir, presentará las siguientes características: en este caso sí hay
necesariamente un medium in quo: la creatura; el medium sub quo
sigue siendo el intelecto agente. ¿Qué características tiene el medium quo? No
puede ser la misma species por la que conocíamos a la res creatural que ahora
funciona únicamente como medium in quo, ya que en ese caso nos uniría
cognitivamente a esa res, esto es, la res creatural seguiría
siendo el id quod, la cosa conocida, ya que, como vimos, la species
es lo que determina al entendimiento hacia un objeto específico.
En este punto resulta fundamental el aporte de
la via negativa. La ratio creatural que determina la perfección (por
ejemplo, la bondad) en la specie que hace de medium quo en el
conocimiento creatural no se encuentra en Dios de esa manera deficiente: la
negación de esa manera deficiente (el método de las diferencias negativas), en
la que la perfección se encuentra determinada por un género y una diferencia,
produce un concepto alterno al de la perfección creatural, también imperfecto,
un concepto cuyo contenido es exclusivamente aplicable a Dios, esto es, las
negaciones diferencian la esencia divina del resto de las cosas y así, dado que
el medium quo es, como vimos, aquello que determina al entendimiento
hacia un objeto específico, a saber, el id quod, esto es, aquello que es
conocido, es también distinto: ya no es la creatura, sino Dios.
Ahora bien, aunque estos conceptos tienen por id
quod a la esencia divina (lo que no sería posible si no se aplicaran
exclusivamente a ella, esto es, si no representaran exclusivamente a esa
esencia) no nos la dan a conocer tal como es en sí misma. No es lo mismo, como
señalamos, conocer al hombre como animal racional que conocerlo como
no-inanimado no-irracional. Quien solo conoce la esencia de hombre en estos
últimos términos, carece de una representación de esa esencia en los propios
términos de esta. En los términos en que la conoce, los términos propios de esa
esencia permanecen ocultos, y ella misma se encuentra formulada de manera
obscura. Esto no significa no conocerla. Tomás establece claramente que el
enigmático es un tipo específico de conocimiento. El carácter negativo de
nuestros conceptos divinos, los hace semejanzas en las que la esencia divina se
encuentra representada de modo oscuro y oculto, esto es enigmático. En esto
consiste su carácter de representaciones imperfectas, esto es, no perfectamente
adecuadas a aquello que representan y que nos dan a conocer. En lo que sigue
denominaremos “conceptos enigmáticos” a los conceptos creaturales depurados por
medio de la triplex viae.
Se trata de un conocimiento más pobre en
cuanto a la manera de la representación, pero más rico en cuanto a la realidad
que resulta representada. La oscuridad, por otra parte, es directamente
proporcional a la claridad de lo que, en este caso, estamos conociendo. Dada la
debilidad de la mente humana esa luz, que la sobrepasa, se manifiesta como
obscuridad. De manera tal que un mayor grado de obscuridad indica en este caso
que la representación es más perfecta (aunque siempre imperfecta), esto es, que
se le asemeja más (al concebirlo más diferenciado del plano creatural), lo que
implica que nos estamos uniendo cognoscitivamente más perfectamente a Él, dicho
de otra manera, que lo estamos conociendo mejor.
En la visión alegórica la specie por la
que se conoce la res es specie de una semejanza perfectamente proporcionada
a esa res, de manera tal que resulta posible trasladar o traducir
perfectamente unos términos en otros. En el caso de la visión enigmática, por
la que conocemos a Dios, en cambio, la species por la que se conoce es una
semejanza infinitamente desproporcionada de la res a la que representa
y, así, no resulta posible esa traducción o traslado perfecto. Por decirlo de
alguna manera, en esta visión los términos originarios se presentan, valga la
redundancia, como enigmas, esto es, se presentan, digamos, cripticamente, de
una manera tal que resultan indescifrables (como hemos visto, ninguna specie
creada puede representar a Dios tal como es: un conocimiento de este tipo es
propio exclusivo de la visión facie ad faciem). En las representaciones
enigmáticas el secreto, por decirlo así, se hace efectivamente presente, pero
cifrado en un código incompleto e irresoluble, lo que hace imperfecta a esa
misma presencia. Esto hace a nuestro conocimiento natural de esa esencia,
deficiente. Nuestro entendimiento no se une cognitivamente a esa esencia
sino por un medium in quo enigmático, esto es, no la conocemos por sí
misma y, por lo tanto, lo que conocemos sobre ella son enigmas: los conceptos
de bondad divina, simplicidad divina, etc. por los que indudablemente, afirma
Tomás, la conocemos, son simplemente conceptos enigmáticos distintos. La
representan, son semejanzas suyas, pero semejanzas enigmáticas. Conocemos la
bondad divina, la simplicidad divina, etc. pero enigmáticamente.
La relación entre nuestros conceptos
enigmáticos y los conceptos creaturales solo puede ser, dada la relación de
semejanza analógica existente en el nivel ontológico entre Dios y las
creaturas, por ello mismo, analógica. Y así como en Dios cada perfección se
encuentra de manera más perfecta que en la creatura, el concepto que representa
la versión creatural de la perfección guarda con el concepto enigmático una
relación de subordinación.
En tanto no conocemos la esencia divina por
sí, sino en enigma, no la comprehendemos: un enigma no representa aquello de lo
que es enigma sino enigmáticamente, y la comprehensión exige la
presencia perfecta de la cosa en el entendimiento -sin mediación representativa
en el caso de la visión beatífica o con la mediación de una species que se
represente perfecta y completamente a la cosa en el resto de los casos.
En esos conceptos la esencia divina es
conocida por lo que no es, de suerte que la conocemos principalmente en
tanto que “difiere de” y no en si misma. No la conocemos tal cual es, sino tal
como el resto de las cosas no son.
La limitación de nuestros conceptos
enigmáticos es triple. En primer lugar, como acabamos de decir, es imposible
que un concepto enigmático divino comprehenda la perfección divina, dado que la
representa imperfectamente. En segundo lugar, dado que solo podemos conocerla
por medio (medium in quo) de las múltiples perfecciones en que se halla
representado (imperfectamente) en las creaturas y que, por otra parte, todo
concepto (medium quo) está limitado a cierta ratio (bondad, sabiduría,
etc.) y que, por último, todas esas perfecciones son idénticas en la realidad
divina, ningún concepto enigmático por separado es capaz de reflejar todas las ratios
de conceptos enigmáticos posibles de manera tal de representar, aunque sea
imperfectamente, todas las perfecciones divinas dentro de su seno. En tercer
lugar porque ni siquiera nos es posible contar con la totalidad de los
conceptos enigmáticos posibles: los angeles, señala Tomás, tienen un
conocimiento superior y así, pueden negar más cosas y mejor y, por lo tanto,
conocer más.
Por decirlo de alguna manera es como si
tuvieramos un rompecabezas en el cual cada pieza es un enigma, y al reunir
todas las piezas con las que contamos, lo que obtenemos es simplemente un
enigma más grande, e incluso nos damos cuenta de que irremediablemente nos
faltaran piezas, y que ni siquiera si contaramos con ellas podríamos
resolverlo.
1.2.2 Los juicios divinos.
Tomás
entiende la composición y división como operaciones (de segundo orden) cuyo
resultado son juicios. La primera operación es la conceptualización. La
actividad judicativa (iudicare) supone necesariamente la comparación
entre los productos resultantes del ejercicio de la primera operación, esto es,
entre conceptos. A partir de la comparación, el entendimiento asiente a cierta
relación entre conceptos, estableciéndose así un juicio. El raciocinio es la
tercera operación: la razón avanza con certeza de un juicio a otro en virtud
del asentimiento dado a la verdad primera. De esta manera, por otra parte,
nuestros conceptos pueden ir modificándose, corrigiéndose e incorporando
información nueva.
En esta sección nos dedicaremos
específicamente a la segunda operación, esto es a las composiciones y
divisiones que hace el entendimiento.
El entendimiento trabaja exclusivamente con
conceptos, que no son de por sí ni verdaderos ni falsos. Ahora bien, los
conceptos pueden ser considerados de dos modos. En primer lugar, en cuanto a
que estan en el entendimiento. En segundo lugar, en cuanto a que son semejanzas
de las cosas. En el primer sentido, todo acto de juzgar es una composición. En
el segundo caso, esto es, en consideración a la relación que los conceptos
guardan con la realidad, Tomás distingue entre (1) composición, que es el caso
en el que el entendimiento, comparando un concepto con otro, aprehende una
conjunción o identidad entre las rei de las que son conceptos, o (2)
división, cuando el intelecto, comparando un concepto con otro, aprehende
que las rei que significan los conceptos son diversas. El juzgar
consiste en aprehender esas relaciones. Si la composición o división está de
acuerdo con las rei, entonces el juicio es verdadero; en otro caso, es
falso. La verdad se encuentra así, sostiene Tomás, en la mente como en su
sujeto, y en la re como en su causa.
De aquí se desprende, por otra parte, que en
el juicio haya necesariamente una pluralidad de conceptos. En esta pluralidad,
señala Tomás, uno hace de sujeto, y otro de predicado. Pero esa diversidad, sin
embargo, pertenece solo a la manera en la que opera el entendimiento, y no a lo
que entiende. Cuando el intelecto une los conceptos, expresa, precisamente, la
unidad que tienen en la re.
A Tomás le interesa especialmente aclarar este
punto. El entendimiento no traslada su manera de operar o proceder al contenido
que produce. El intelecto, al concebir el concepto de piedra, por ejemplo,
produce un concepto inmaterial, claro está, pero también esta claro que no
introduce entre las notas del concepto esa peculiaridad de su manera de operar.
Esta última distinción tiene una gran
importancia en consideración de los juicios teológicos, a cuyo examen pasamos
inmediatamente.
Sabemos que Dios es simple. Ahora bien, si el
entendimiento, al juzgar, reprodujera, por decirlo así, las peculiaridades de
su mecanismo hacia el interior de lo juzgado, se coligiría de aquí que en todo
juicio estaríamos juzgando necesariamente que Dios es compuesto. Lo que no solo
contradice lo que sabemos que juzgamos, sino que además implicaría, de ser
cierto, que nuestros juicios sobre Dios serían sistemáticamente falsos.
La
misma falsedad sistemática tendría lugar si los conceptos que aplicados a Dios
fueran los creaturales. Tomemos, por ejemplo, el concepto de bondad creatural.
Este concepto incluye entre sus notas la de ser finito. Hemos visto que hay
juicio solo cuando la mente compone y divide conceptos a partir de compararlos.
Si el intelecto encontrase que Dios es sabiduría accidental, ese intelecto
estaría en la falsedad. El juicio producido sería falso. Tomemos ahora, en
cambio, el concepto enigmático de bondad divina. Este concepto, en el que
aquella se encuentra imperfectamente representada, incluye, por su parte, la
nota de infinitud. El intelecto, al hacer su comparación, encuentra que la
bondad infinita conviene a Dios, lo que da lugar, en este caso, a diferencia
del anterior, a un juicio incontrovertiblemente verdadero. La comparación se da
entre dos conceptos. El que figura como predicado tiene que ser necesariamente,
decíamos, el concepto enigmático de bondad pero, ¿y el que figura en el sujeto?
De acuerdo a Tomás no tenemos un solo concepto de Dios, sino una multiplicidad.
En ningún caso puede tratarse de un concepto creatural, o no estaríamos
juzgando acerca de Dios. Ahora bien, ya en las cinco vías Tomás expone una
multiplicidad de conceptos divinos. Conocemos a Dios bajo el concepto de primum movens,
causa efficiente prima, causa
necessitatis aliis, maxime ens, providentia,
etc. Ahora bien, en todos estos casos el entendimiento es incapaz de
comprehender eso que conoce y que no pertenece al orden creatural. Resulta
manifiesto que, por lo tanto, se trata de conceptos enigmáticos. De donde se
sigue que en el juicio teológico ambos conceptos son enigmáticos. El
entendimiento, al comparar su concepto enigmático de Dios con el concepto
enigmático de Bondad Suma, encuentra una conveniencia a la que no puede no
asentir, y en ello realiza la composición teológica; al compararlo con el de
bondad creada, encuentra una diferencia y formula una división.
De una manera semejante se procede en las
demostraciones de la existencia de Dios. Examinémonslo. Pensemos lo que sucede
en el caso de las demostraciones de la existencia de Dios estrictamente desde
el punto de vista que estamos examinando aquí, esto es, en cuanto a las
operaciones de la mente. No nos interesa en este caso la lógica de las
pruebas, sino la gnoseología (o mejor, psicología, cuyo tratamiento pertenece
más bien a un De Anima que a los Analítica) del animal racional que las
produce. Las operaciones de la mente son, como vimos: el concebir, el componer
y el raciocinar. La mente opera siempre o bien concibiendo conceptos, o bien
componiendolos o bien derivando composiciones de conceptos unas de
otras.
Desde esta perspectiva de análisis podemos
decir lo siguiente. En cada prueba hay siempre presupuesto un cierto inventario
de conceptos creaturales y de juicios creaturales, esto es, de
composiciones entre conceptos creaturales. Cada paso de la demostración, desde
el punto de vista gnoseológico, supone que se entienden esos conceptos y
que se asiente a su conveniencia. A partir de esos conceptos y sus
composiciones, se llega siempre a una instancia en la que la mente concibe un
concepto enigmático (maxime ens, primum movens,etc.) Finalmente,
cada demostración concluye, desde el punto de vista de las operaciones del
entendimiento, en una actividad de judicativa compositiva en la que el
entendimiento asiente a que aquello concebido en el concepto enigmático que ha
concebido existe. En lo que se muestra, por otra parte, cierta asimetría, si se
quiere, entre la manera en que puede ser concebido un concepto y la de componer
un juicio: podemos notar perfectamente la conveniencia entre dos
conceptos incluidos en un juicio, aunque el contenido de esos conceptos
sea imperfecto o deficiente en relación a lo que representan (id quod).
Así el intelecto asiente a que Dios existe sin concebir perfectamente lo que es
la existencia divina.
Al final de cada prueba, por otra parte,
Tomás instituye vía concepto enigmático (los conceptos significan siempre lo
real por medio de conceptos), un nombre a la realidad descubierta y
representada enigmáticamente : “Deus”. Pero este es ya otro plano, el del
lenguaje. Su tratamiento no incumbe a la temática que abordamos en este
apartado. En la próxima sección de nuestro trabajo lo examinaremos
específicamente.
2. El lenguaje de la teología.
El lenguaje, en la teoría de Tomás de Aquino,
ocupa un lugar subsidiario en relación al pensamiento. Los conceptos significan
las cosas y las cosas a los conceptos. La relación de significación, sin
embargo, es en cada caso distinta. Los conceptos significan las cosas de manera
natural, esto es, son conformes a las cosas naturalmente. Los nombres, en
cambio, son instituidos como signos de manera arbitraria. Por aquella
conformidad natural, sostiene Tomás, los conceptos nos bastan para conocer la
realidad. El lenguaje resulta necesario por otra razón. El hombre es un animal
político y social, y así se le hace preciso comunicar a otros sus propios
conceptos. El lenguaje resulta imprescindible precisamente en cuanto cumple
esta función, digamos, social comunicativa.
En Expositio Peryermeneias Tomás aborda
este tema con más precisión que en cualquier otra obra. El aquinate comienza
distinguiendo con precisión qué es una interpretatio. Una interpretatio,
sostiene, es una vox significativa. No cualquier vox (sonido) es
significativa: los animales también emiten ruidos. Una voz es significativa
solo cuando por medio de ella se intenta expresar intencionadamente algo, y
ella expresa algo per se. Así, las conjunciones y preposiciones tampoco pueden
ser tenidas como voces significativas. Al género de interpretationes
pertenecen, concluye Tomás, exclusivamente los nomina, verba, y
sus combinaciones, las orationes. Entre los tipos de orationes
que menciona Tomás, en este trabajo nos incumben exclusivamente las enunciativas,
que son las únicas, señala, que pueden ser verdaderas o falsas, y que se
dividen en negationes y afirmationes.
Tomás establece claramente que esta estructura
se subordina a la conceptual:
“Conceptiones intellectus praembula sunt
ordine naturae voces quae ad esa exprimendas proferuntur”
Los nomina significan a los conceptos,
y las enuntiationes a las compositiones: las afirmationes a
las composiciones compositivas y las negationes a las composiciones
divisivas.
Como se ve el lenguaje, en la teoría de Tomás,
no tiene otro carácter que el de significar acústica o gráficamente (en este
último caso solo por mediación del acústico) el pensamiento, y es lenguaje solo
en tanto lo hace. Estas consideraciones valen tanto para el lenguaje que habla
sobre las creaturas como el que lo hace sobre Dios, que pasamos a examinar
inmediatamente En razón de nuestros fines, nos limitaremos a señalar algunos
asuntos específicos, de manera tal que no seremos para nada exhaustivos. Nos
ceñiremos específicamente al tratamiento que Tomás hace de la temática en ST I
q. 13, pero con la terminología más precisa que acabamos de explicitar.
Los problemas que Tomás se plantea en torno a
la relación entre lenguaje y teología, pueden resumirse, en líneas generales,
en torno a los siguientes puntos: (1) ¿es capaz el lenguaje (vox significativa)
de significar a Dios? (2) ¿hasta qué punto? El análisis se desenvuelve en un
doble nivel. No solo se trata de inquirir hasta qué punto el lenguaje en
general sería capaz de asumir significaciones teológicas sino también si
nuestro (su) lenguaje social concreto, es apto y hasta qué punto para
cumplir esa responsabilidad comunicativa. En este sentido, Tomás no solo
emprende la tarea de hurgar en las características estructurales de la
significación lingüística en general (referencia estructural al plano
conceptual; analogicidad lingüística; distinción entre res significata y
modus significandi, entre otras), sino también las características en
singular de nombres específicos como “bueno”, “dios”, “esse”.
El tratamiento tiene como base en todo caso la
referencia ineludible del lenguaje al pensamiento. Una vox es
significativa solamente en tanto expresa un concepto (o composición de
conceptos), y puede tener una pluralidad de significationes
solamente en tanto significa una pluralidad de conceptiones.
La posibilidad y el alcance del lenguaje en
teología queda así determinada, en líneas generales, por la posibilidad y
alcance de nuestro conocimiento teológico. Dios puede ser legitimamente nombrado
solo si podemos formarnos un concepto de Él y por ello. Es legítmo vociferar o
escribir afirmationes o negationes sobre Dios solo en tanto el
entendimiento pueda producir composiciones compositivas o divisivas a las que
esas voces signifiquen.
Las
voces no son conocimiento, sino medios sensibles que pueden estar
significativamente cargados, y esto exclusivamente en función de que esos
sonidos o grafismas se instituyan socialmente, en definitiva, como signos de
conceptos. De esta manera, y por el hecho de que se comparta un mismo
lenguaje, esas voces sirven para comunicar conceptos. Esto hace pertinente, por
otra parte, la elaboración tanto de una teoría de la escritura del conocimiento
teológico cuanto una teoría de la lectura. Y dado el carácter arbitrario que
guardan los nombres con los conceptos, esa teoría no puede no tener un carácter
eminentemente “político”. Tomás se mueve en el doble registro. Por un lado,
intenta señalar qué nombres socialmente instituidos se corresponden mejor con
nuestros conceptos teológicos (teoría de la escritura). Por el otro, intenta
prescribir de qué manera debe interpretarse un nombre o afirmación teológica
(teoría de la lectura).
Retomemos el eje. ¿Se puede nombrar a Dios?
Tomás responde que sí. Podemos conocerlo y, así, ese nombre, mediante nuestros
conceptos, puede significarlo. En el mismo sentido nada impide, dado que
podemos representarnos imperfectamente la substancia divina, que impongamos un
nombre a esa representación, esto es, que algún nombre pueda nombrarlo substantialiter.
Otro asunto es que alguno de los nombres de los que disponemos socialmente sea
apto, teniendo en cuenta el significado social que posee, para aplicársele a
Dios de esa manera. Claramente hay nombres como “infinito” o “causa primera”
con los que socialmente no pretendemos significar, al emplearlos, su esencia
sino cómo no es o su relación con otra cosa. Pero hay otros nombres como
“bueno” o “sabio”. Cuando los empleamos al vociferar o escribir sobre Dios no
pretendemos significar ni qué no es Dios ni su relación con otra cosa, sino más
bien lo contrario: qué es. Así, carecen del impedimento social con el que sí
cuentan los nombres negativos y causales. Lo único que resta es que,
efectivamente, tengamos un conocimiento de la esencia divina. Afortunadamente,
señala Tomás, lo tenemos, si bien es imperfecto [lo que hemos denominado
conceptos enigmáticos]. Así, estos nombres son aptos para ser impuestos a
nuestros conceptos de la esencia divina [enigmáticos]. Esta acepción puede ser
añadida a la creatural. Y podemos, por lo tanto, utilizarlos substantialiter
en nuestras afirmationes teológicas para comunicar las composiciones que
opera nuestro entendimiento. Claro esta que en esas afirmationes, que
expresan nuestras compositiones, el nombre tiene la significación de
nuestro concepto teológico [enigmático].
Otro asunto es si podemos emplear esos nombres
proprie. En su aplicación al ámbito creatural vienen cargados, por
decirlo así, con una significación creatural. Esto lleva a Tomás a trazar una
nueva distinción sobre la estructura del lenguaje. El lenguaje es mero medio de
sensibilización del conocimiento. Su calidad para llevar adelante esa tarea
requiere de que sea lo suficientemente dúctil como para poder comunicar nuestro
conocimiento. Ahora bien, conocemos que en Dios se encuentran la perfecciones
de las creaturas. Conocemos que en las creaturas se encuentran de manera finita
[el medium quo es un concepto creatural] y en Dios, en cambio, de manera
eminente [el medium quo es un concepto enigmático] El lenguaje, para ser
útil, tiene que ser adaptable a estos pensamientos. Un nombre, para ser apto
para participar de las afirmaciones o negaciones que representan
linguisticamente a estas composiciones teológicas, tiene que ser capaz de
significar la perfección tanto como esta en la creatura cuanto la perfección
como esta en el creador. Ahora bien, los nombres, señala Tomás, tienen esta
ductilidad. Un nombre puede, sin inconvenientes, significar la misma perfección
(misma por analogía, dado que en Dios se encuentra de manera eminente) tanto
como se encuentra en la creatura cuanto como se se encuentra en Dios. Esto es,
utilizando la terminología que emplea Tomas, puede significar la misma res
significata (misma por analogía), tanto con un modus significandi
conveniente a la creatura (deficiente) cuanto con un modus significandi conveniente
a Dios (eminente). De aquí que ciertos nombres creaturales (aquellos que
significan -siempre mediante un concepto- una perfección que no contiene
necesariamente entre sus notas imperfecciones como la materialidad, etc.)
puedan ser elegibles para la predicación teológica. Esto es, puedan ser
elegibles para ser impuestos a nuestros conceptos [enigmáticos] de Dios. Esos
nombres creaturales, a causa de la semejanza que existe entre el concepto
creatural que significan y un cierto concepto divino [enigmático] son elegibles
para ser impuestos también a ese concepto divino. En las afirmationes
teológicas ese nombre lo usamos para significar este último concepto, esto es,
lo empleamos en la acepción divina que instituimos a causa de aquella
semejanza.
En una línea semejante a la desarrollada hasta
aquí se entiende la postura de Tomás sobre la analogía, la no-sinonimia de los
nombres, y el que se digan primero de Dios y después de las creaturas.
Los nombres no son sinónimos porque cada uno
significa un concepto distinto, y la sinonimia consiste en expresar algo según
el mismo sentido.
Por otra parte, la razón por la que los
nombres son análogos es que la res significata es analógicamente la
misma. Tomemos el caso del concepto “sabio”. En el concepto creatural nos
representamos a la sabiduría bajo el género de cualidad. En el concepto
imperfecto [enigmático] que nos hacemos de la divina, en cambio, esta no la
concebimos como circunscripta a un género. En la compositio creatural el
concepto de sabio que pensamos es el creatural, en la divina, el divino
[enigmático].
De aquí que el sentido del nombre en la afirmatio creatural, en tanto que, como vox, simplemente expresa el del pensamiento, sea distinto del que tiene en la afirmatio teológica. En el primer caso, en términos lingüísticos, la res significata esta comprehensa (circunscripta a la categoría de cualidad). En el segundo, incomprehensa (en el concepto que nos hacemos de la sabiduría divina, nos la representamos como incircunscripta a género alguno). Pero, con todo, aunque en cada caso el nombre tenga un sentido distinto, no es totalmente distinto. La res significata en la acepción creatural es análoga a la res significata en la teológica. Y así, por esta relación conceptual, los nombres resultan también análogos.
De aquí que el sentido del nombre en la afirmatio creatural, en tanto que, como vox, simplemente expresa el del pensamiento, sea distinto del que tiene en la afirmatio teológica. En el primer caso, en términos lingüísticos, la res significata esta comprehensa (circunscripta a la categoría de cualidad). En el segundo, incomprehensa (en el concepto que nos hacemos de la sabiduría divina, nos la representamos como incircunscripta a género alguno). Pero, con todo, aunque en cada caso el nombre tenga un sentido distinto, no es totalmente distinto. La res significata en la acepción creatural es análoga a la res significata en la teológica. Y así, por esta relación conceptual, los nombres resultan también análogos.
Ahora bien, la analogía, sostiene Tomás
entraña relación de subordinación de los diversos sentidos a uno. Ese uno es el
sentido divino. El motivo es sencillamente que, entre los concepto impuestos al
nombre, el concepto divino [enigmático] es aquél en el que se representa
más perfectamente lo mismo (analógicamente) que en los otros se representa de
manera menos perfecta.
3. La tesis del agnosticismo conceptual.
El
punto de partida de las posiciones que defienden el agnosticismo conceptual es
la tesis de la imposibilidad de conocer (aunque sea imperfectamente) la esencia
divina. La tesis parecería tener, como hemos visto, cierto fundamento en las
obras de Tomás. Pero lo radicaliza. Tomás admite que lo conocido y
representable, si bien no de tal manera de conocerlo perfecte es
su quid est.
Tomás manifiesta desde sus obras más tempranas
la posibilidad de un conocimiento quiditativo, si bien imperfecto, de la esencia
divina. Atraviesa sus obras tempranas, medias, y llega claramente hasta Summa
Theologiae.
A esta tesis le viene añadida la de la
imposibilidad de tener una representación de la esencia divina. Hemos visto que
hay algunos pasajes en los que esa tesis parecería quedar fundada. Sin embargo,
en las mismas obras en las que esos pasajes se encuentran inscriptos, hemos
podido encontrar otros, en los que se afirma que es posible una representación,
si bien imperfecta. En esa cualificación encontramos la sugerencia de un
criterio hermenéutico para leer ambos grupos de pasajes: en un caso, en tanto
se trata del sentido más propio del término, no resulta necesaria la
cualificación, lo que sí sucede cuando se utiliza el término en un sentido
cualificado. De otra manera, habría que decir sencillamente que Tomás se
contradice una y otra vez a lo largo de cada obra de su extenso corpus.
La adhesión de estos autores al agnosticismo
conceptual tiene su origen, a nuestro entender, en que conciben un abanico
limitado de posibilidades conceptuales. La única opción que se dedican a
examinar, y a la que se oponen, es la que corresponde a una de las maneras
históricas en que se ha tratado el tema en la tradición tomista: la del
concepto análogo. El concepto análogo, propuesto por Cayetano, tendría como
contenido, en última instancia, una suerte de, en términos de Rocca, “common
univocal core” aplicable tanto a las creaturas como a Dios, lo que supondría, a
fin de cuentas, un conocimiento tanto de la esencia creatural como de la divina,
de una manera tal que, aunque imperfectamente, ambas quedarían comprehendidas
en este. Pero Tomás (en esto concordamos con los autores), no admite de
ninguna manera un tipo de conocimiento natural comprehensivo de la esencia
divina. De aquí el rechazo de esa tesis.
El problema, a nuestro entender, esta en que
los autores, no entreviendo la posibilidad de un tipo de concepto diferente (el
enigmático), y descartando de lleno la posibilidad de un conocimiento
quiditativo imperfecto, rechazan en bloque la posibilidad de un conocimiento
(por imperfecto que sea) de Dios en términos conceptuales.
Volvamos a los autores. Asumido el
agnosticismo conceptual, entienden que es plausible, sin embargo, justificar la
posibilidad del conocimiento teológico en el juicio. La doctrina de la
analogía, en esta línea, no tiene como unidad mínima al concepto, sino al
juicio.
El primer escollo con el que se enfrentan son
los propios textos de Tomás. No puede encontrarse ningún pasaje a lo largo del
extenso corpus thomisticum en el que Tomás se pronuncie de esa manera
sino que, por el contrario, cada vez que Tomás toca explícitamente el tema se
expide de manera contraria. Rocca asume este factum explícitamente. Su
esfuerzo se dirige entonces a encontrar alguna manera de justificar que esa
tesis se encontraría implícita en su pensamiento o en su práctica, a pesar de
que “él no se da cuenta” (“he does not realize”) y asuma la doctrina contraria.
Antes de revisar específicamente los
argumentos de Rocca en torno a la cuestión, describiremos de qué manera
funciona la mecánica del juicio analógico en esta línea de interpretación. E.
Gilson fue uno de los primeros en el siglo pasado en sentar las bases de esta
línea de interpretación. Nuestra ilustración se basa en ese núcleo básico que
comparte con los otros dos autores. Utilizaremos un predicado sobre el que los
tres aceptan que se dice de Dios substantialiter ya que, en gran medida,
se trata de la dificultad a la que, desechando la tesis de los conceptos
análogos, intentan superar, esto es, cómo aceptar que podemos hacer juicios
sobre la esencia divina y no podemos, sin embargo, conceptualizarla ,
representárnosla de ninguna manera. Podemos ilustrar concisamente aquél
mecanismo de la siguiente manera:
Tomemos por
ejemplo el juicio “Dios es bueno”. Este Se trata de un juicio verdadero.
Podemos reconocer que lo es dado que sabemos que lo hemos derivado de otros
juicios verdaderos. Ahora bien, es un hecho (sostienen los autores) que no
podemos representarnos de ninguna manera la bondad divina. Por lo tanto, el
significado que tiene para nosotros ese concepto, no puede ser otro que
el puramente creatural. Y, sin embargo, si esos conceptos estuvieran en el
juicio con el sentido creatural, esto los haría ipso facto falsos. Para
que ese juicio sea verdadero, entonces el concepto tiene que tener un
significado distinto, pero no totalmente distinto, dado que, entre otras cosas,
las creaturas guardan con Dios una relación de semejanza analógica). Ahora
bien, [este es el paso fundamental del argumento] dado que el juicio es
verdadero, entonces los conceptos que incluye ya estan
necesariamente significando de otra manera, aunque no concibamos ese sentido.
Los juicios,
por lo tanto, no se conforman a partir de conceptos análogos, conceptos que, en
caso de poseerlos, nos harían comprehender a Dios. Por el contrario, el juicio,
a partir de nuestros conceptos puramente creaturales, extiende su
significado de manera tal que signifiquen al Dios trascendente al que,
sin embargo, no concebimos. Esto es, el juicio es el que produce la
analogicidad del concepto, extendiendo su sentido y no al revés. El nuevo
sentido del concepto, sin embargo, es inconceptualizable.
De donde se desprende una de las afirmaciones
más provocativas de esta tradición: hay una paradoja intrínseca a la teología,
ya que es posible formar juicios verdaderos con conceptos cuyo sentido, sin
embargo, no es concebido. En otras palabras, que en teología van siempre unidas
verdad del juicio y agnosticismo conceptual.
Esta exposición no puede no despertar algunas
inquietudes. En primer lugar, ¿en qué consiste ese, por decirlo así,
“abracadabra” que, desde la interpretación clásica de la doctrina de Tomás,
parecería tener lugar en el juicio?
Según la exposición que hicimos en la sección
anterior, la actividad de juzgar no consistiría sino en el acto de comparar dos
conceptos y, ante cierta conveniencia o diferencia percibida en los mismos,
formular una composición o división en la que se establece como son o no son
las cosas.
Consciente de esta dificultad, G. Rocca ha
intentado reinterpretar esa doctrina. Su tesis de la analogía del juicio
precisa, para comenzar, dos modificaciones a la interpretación standard: (1) la
posibilidad de que sea el juicio el que determine el sentido de los términos y
(2) la posibilidad de que la verdad del juicio este determinada por su
pertenencia a una red de juicios (“web of judgments”).
Entre los argumentos que Rocca ofrece en
Speaking acerca de (1), nos interesa señalar el siguiente. En primer lugar, Rocca
argumenta que su tesis gana plausibilidad si, como sostienen algunos
comentadores contemporáneos de Tomás, tomamos nuestra primera noticia del ser
al juzgar. Esto, para Rocca, implicaría que el sentido del concepto ser
es producido por el juicio. No vamos a entrar en ese problema preciso, sino a
juzgar el apoyo que podría darle a la tesis de Rocca. Si lo consideramos bien,
ese argumento no tiene demasiado peso en función de aquello a lo que se dirige
a demostrar. Aún en el caso de que se concibiera el ser de manera concomitante
al juicio, el concepto de ser resultante vendría a ser, sin embargo, concebido,
y cumpliría un papel de representación, en la mente, de lo real. Pero, en el
caso de la predicación teológica (en la que predicamos nombres substanciales,
específicamente), en cambio, no seríamos capaces de concebir un concepto sobre
el sentido presuntamente generado en el juicio.
En cuanto a (2) Rocca ofrece un
argumento en el nos interesa particularmente detenernos. En este caso el autor
parte de que, de acuerdo a Tomás, y no lo objetamos, para llegar a una
definición hacen falta la mayoría de las veces muchos raciocinios, juicios,
etc. solo después de los cuales somos capaces de ganar ese concepto. Se puede
conceder que Rocca esta en lo cierto en cuanto al hecho. Efectivamente, pueden
encontrarse en Tomás indicios de una distinción entre lógica del conocimiento
(lo que hoy en día se llama justificación) y la adquisición del mismo (lo que
hoy llamamos descubrimiento). De aquí no viene implicado, sin embargo, que los
conceptos componentes del juicio no estén determinándolo, ni que cada
raciocinio no avance, por lo tanto, en definitiva, por la comparación entre
conceptos. Esto es, de aquí no viene implicado que un juicio se derive de otro
por mera necesidad sistemática. Y, por otra parte, lo que se muestra, a lo
sumo, es que, en este caso, otra vez, la cadena de razonamientos conduce a un
concepto efectivamente concebible que representa la realidad sobre la que
versa. Pero esto no sucede, de acuerdo al autor, en cuanto a las proposiciones
teológicas.
En pocas palabras, ninguno de los dos
argumentos apoya la posibilidad de que sea generado un sentido que al mismo
tiempo no sea concebido. En ambos casos esos juicios nos conducen a conceptos
que representan lo real. Y esos conceptos, pueden, luego de haber sido
adquiridos, determinar el sentido de las proposiciones en las que vengamos a
utilizarlos después. El concepto adquirido puede, luego de los muchos
razonamientos (o del único juicio de existencia) que llevan a adquirirlo,
determinar el sentido de nuestras proposiciones. Hasta donde entendemos, la
estrategia de Rocca tienen en ambos casos el mismo: esta intentando mostrar que
en Tomás habría una posición holista, en la que los juicios (y, por medio de estos,
sus partes componentes) se derivan unos de otros por mera necesidad
sistemática, tomando como prueba precisamente el hecho de que en cada caso
acabamos concibiendo un concepto, una representación de la realidad mentada,
que es precisamente lo que niega que se produzca en el caso de la predicación
teológica.
El
autor, sin embargo, considera que con esos argumentos ha eliminado un obstáculo
serio para entender la analogía como asunto judicativo e intenta mostrar que
habría indicios de que Tomás la ha entendido en esos términos.
Rocca ofrece dos argumentos al respecto. En
primer lugar, señala que ello viene sugerido por la manera en que Tomás
argumenta, característicamente, contra la univocidad y la equivocidad de la
aplicación de los nombres divinos, basándose en juicios anteriores, como por
ejemplo, el juicio “Dios es incomprehensible” (de donde se derivaría el rechazo
de la univocidad) y el juicio que establece la semejanza de la creatura hacia
Dios (del que se derivaría el rechazo de la equivocidad). La tesis de la
analogía sería la única posibilidad epistemológica restante. De aquí Rocca
entiende que se colige, según interpretamos, que la analogía, en cuanto a
nuestra conciencia, es una tesis epistemológica de segundo órden, derivada por
necesidad sistemática de nuestros juicios ontológicos teológicos de primer
órden, para explicar lo que ocurre en esos mismos juicios, lo que implicaría,
por otra parte, que la analogía, para Tomás, es precisamente una cuestión de
juicios. Desde la tesis de los conceptos análogos, en cambio, habría que
afirmar, llevándola hasta sus últimas implicaciones, que la analogicidad y la
conciencia de la misma ya estaría presente en nuestros propios conceptos antes
de la predicación. La tesis de Rocca, si lo interpretamos correctamente, es
que, nunca llegamos a hacernos conscientes de lo analógico de los conceptos (en
el sentido de que nunca intuimos el contenido de su extensión a Dios, o
sea nunca nos formamos un concepto comprehensivo). De aquí el agnosticismo
conceptual. Sin embargo, sí podemos hacernos conscientes, dado que es una consecuencia
de nuestro sistema de proposiciones teológicas, de que ha de haber analogía.
Y esta analogía, según ese mismo sistema, no puede estar a nivel del concepto.
Solo queda el del juicio.
El segundo lugar Rocca argumenta que eso mismo
viene indicado a partir del lugar que ocupa la analogía en tres de las obras
mayores de Tomás de Aquino, especialmente Summa Theologiae, en tanto el asunto
de la analogía es tratado recién después de haber establecido juicios
ontológicos de primer primer orden sobre Dios, se deduce a partir de ellos, y
tiene la función de explicar lo que, epistémicamente acontece en ellos.
A nuestro entender nuevamente la estrategia de
Rocca no se encuentra exenta de dificultades. Ciertamente, del lugar que ocupa
el tratamiento de la analogicidad en aquellas obras, y de la manera en que
Tomás justifica epistemológicamente el rechazo a la univocidad y a la
equivocidad, se colige que Tomás justifica su teoría epistemologica de la
analogía a partir de ciertos juicios ontológicos de primer orden sobre Dios.
Pero de aquí no se sigue que la analogicidad sea algo que ocurre en un juicio
derivado de una manera puramente procedimental a partir de juicios anteriores,
en el que se “produciría” un sentido que se nos escapa.
En líneas generales, la tendencia de Rocca es
semejante a la de Burrell, quien, sin embargo, expone sus consecuencias
de manera más explícita. De acuerdo a Burrel, toda la teoría de la analogía no
es más que un método edificado por Tomás para juzgar si una proposición
teológica esta o no bien formada: lo que se predique sobre Dios tiene que ser
un atributo tomado del ámbito creatural pero no limitado a las categorías
creaturales -teoría de los nombres divinos. Luego, a partir de juicios
anteriores, en virtud de la mera álgebra del sistema (“algebraic procedure”),
debe derivarse un segundo juicio en el cual la manera imperfecta humana de
entender ese predicado sea negada. El sentido de los conceptos incluidos en el
primer juicio esta dado por ese mismo primer juicio en el que se encuentra
incluido, que a la vez tiene sentido exclusivamente por sus relaciones con el
segundo juicio y con el resto de las proposiciones situadas en el sistema de
proposiciones de referencia.
En definitiva, Burrell, a semejanza de los
otros dos autores, pero de manera más enfática, interpreta, no solo la teoría
del lenguaje de Tomás, lo cual sería menos discutible, sino también su
epistemología, como lo que él mismo ha denominado una “gramatica de la
divinidad” (“grammar of divinity”).
Haciendo a un lado los pormenores específicos
de la interpretación de los autores, consideramos que las consecuencias de sus
tesis son difíciles de conciliar incluso con el proyecto global mismo de
construir una Scientia Theologica ensayado por de Tomás de Aquino.
Si hemos interpretado bien, hay en ellos una tendendecia a considerar que
derivamos de una manera puramente algebraica las proposiciones en las que se
predica de Dios un nombre substantialiter, de manera tal que, aunque
conocemos que esas afirmationes tienen que ser verdaderas, no podemos
concebir en qué consiste eso que verdaderamente decimos de Dios. En lo que hace
al concepto de bueno, por ejemplo, en relación a Dios, solo conocemos su “uso”,
esto es, solo conocemos que es un concepto aplicable a ese sujeto en virtud de
que es una consecuencia necesaria derivada de nuestra red de juicios, y la
manera en que debe ser aplicado en virtud del resto de los juicios que marcan,
jugando entre sí y con él, las pautas de ese álgebra. Las condiciones de
verdad, por otra parte, del juicio en el que se aplica ese nombre son
exclusivamente las proposiciones de la “web of judgment” de las que se deriva.
No conocemos el “contenido” de la bondad divina, sino que meramente contamos
con una “variable” dentro de nuestro sistema de juicios, cuyo contenido se
agota, en lo que hace a nuestro pensamiento, al sistema de relaciones que
guarda con el resto de los juicios del sistema. La bondad absoluta solo puede
ser así, para nosotros, en cuanto pensada, algo así como “un predicado X que se
deriva del conjunto de predicados Y, Z y se atribuye tan solo cuando el sujeto
de la proposición es Dios”.
Pero el problema, según interpretamos, no se
acota solamente a los nombres divinos. No puede no abarca también el juicio de
existencia. El sentido en que Dios existe y el sentido en que existe lo
creatural, no puede no ser diferente. Ahora bien, si el contenido del predicado
de existencia queda también reducido al que puede tener en la web-of-judments,
queda entonces, por ello, reducido a ser “un predicado Q que se deriva de... y
solo puede predicarse cuando el sujeto de la proposición es Dios”. Esto
implicaría, sin embargo, que no concebimos lo que decimos ni siquiera cuando
decimos que Dios “existe”. Pero de aquí se colige que no podríamos concebir
tampoco en qué consiste probar la existencia de Dios. Ni probaríamos que Dios existe,
sino que la proposición “Dios existe” es verdadera.
Pero, finalmente, ¿qué hay del nombre “Dios”?
E. Gilson, como representante de esta línea de interpretación, sostiene que en
cada juicio en el que se adjudica a Dios una perfección el entendimiento no es
capaz de captar sino el sentido creatural. Los múltiples conceptos que le
atribuimos encuentran, sin embargo, su unidad, en que el sujeto de cada
proposición es Dios. Ahora bien, si Dios es el Ipsum Esse, Bondad Absoluta,
etc. qué podemos concebir sobre Él? El mismo problema que esta presente en el
predicado, se encuentra también en el sujeto. Y, a nuestro entender, si
somos consecuentes con esta línea de interpretación, tendremos que decir
que el contenido que pensamos cuando pensamos acerca de Dios, no será muy
distinto que el que pensamos en cada nombre divino. Dios también es así, en
cuanto a nuestro pensamiento, una variable lógica. Parecería que lo que sabemos
de la bondad, en relación a Dios, es que es un predicado proposicional que se
le aplica de manera análoga. Pero no. Si Dios ha sido reducido a una variable
lógica, entonces lo que sabemos sobre bondad es que es un predicado
proposicional que se aplica de manera
análoga al sujeto proposicional dios. Nuestro saber versa sobre un sujeto proposicional.
En definitiva, no conocemos a Dios, sino al
término proposicional dios y a una vox que significa ese término
proposicional, la cual se escribe “Dios”.
Pero esto significa que, en definitiva, nuestra
scientia no versa sobre Dios, sino, y a lo sumo, sobre el sujeto de una
proposición. Toda la teología viene a ser así una ciencia cuyo objeto, y no
solo su medio, son solo proposiciones.
Antes de concluir esta sección vamos a hacer
dos cosas. En primer lugar, vamos a exponer un argumento que Burrell desarrolla
contra la tesis de los conceptos análogos en relación a los nombres divinos,
no, por supuesto para defender la tesis de los conceptos análogos, sino para
pensarlo desde la nuestra. A continuación, ampliaremos el campo problemático
incluyendo la terminología desarrollada por Accar. Finalmente vamos a comparar
brevemente nuestra interpretación global con la de los autores de esta
tradición.
Si bien podemos predicar de Dios los términos
de perfección esto no significa, dice Burrell, en consonancia con el resto de
su pensamiento, que podamos entender de alguna manera la perfección divina. Es
cierto que lo que intentamos significar con los términos es otra cosa. Pero
esto, aclara Burrell, no significa que prediquemos los términos llegando a un
concepto unívoco común. Lo que sucede, señala, es otra cosa. Hay ciertas
virtudes, como sabiduría, de las que podemos concebir que admitan una
perfectibilidad más allá de las limitaciones corpóreas. Pero esta especulación,
sostiene, no acaba dándonos la pura idea de la perfección de que se trata, esto
es, la idea, por ejemplo, de sabiduría que haría abstracción tanto de la manera
creatural como de la divina. Se trata tan solo de una noción metalingüística, a
la que Tomás denominaría, según Burrell, ratio communis, que simplemente
señalaría el hecho de que nociones como “sabiduría” son elegibles para
predicaciones transempíricas. Decir que predicamos esa noción metalingüística a
Dios sería tan solo confundir niveles de discurso. En cambio, lo que sucede es lo
siguiente. La extensión del sentido no significa que se este predicando de Dios
un supuesto concepto analógico. Simplemente significa que usamos el término
para significar otra cosa que aquello que entendemos en este. Así, cuando lo
aplicamos a Dios, siempre debe haber un juicio negativo que niegue esa
connotación finita que es lo único que entendemos en el término. El sentido de
la primer proposición teológica atributiva, por lo tanto, viene dado por ese
segundo juicio negativo, y no por los conceptos que intervienen en el primero.
En una línea semejante se encuentra, según
interpretamos, la interpretación de R. Accar. Un término que se predica
analógicamente tiene más de una ratio. Cada ratio de un término, según
Accar, es una composición entre un modus significandi y una res
significata. La ratio propria del término “sabio”, por
ejemplo, es la res significata “sabio” combinada con el modus
divino, al que no accedemos. En el resto de las rationes del término la res
significata se encuentra determinada, en cambio, de acuerdo a un modus
distinto. La ratio communis, por otra parte, no indica más que la
pertenencia al conjunto de rationes de un término, a la manera, interpretamos,
de Burrell.
En las proposiciones teológicas, sostiene
Accar, las perfecciones no son predicadas de Dios de acuerdo a la ratio
communis; tampoco de acuerdo a la ratio propria, a la que no tenemos ningún
tipo de acceso, sino sencillamente de acuerdo a la creatural. Lo que nos
permite hacer esta predicación es que es verdadero que Dios posee esa
perfección. Sin embargo, en tanto sabemos que Dios es simple, infinito, etc.
debemos negar el modus que posee la ratio creatural. De esto, sostiene
Accar, se trata la predicación analógica.
Antes de examinar esta posición quisiéramos
entrar profundizar en las consecuencias que, de acuerdo a Accar se siguen aquí.
Hacer esto nos será útil para el desarrollo de las implicaciones de nuestra
tesis del conceptualismo enigmático.
Accar se pregunta, en primer lugar, si el
hecho de negar el modus añade algo positivo a nuestras rationes
del término y si esta nueva ratio sería indeterminada. La respuesta del
autor es que no lo hacen. Es decir, tomar en consideración de la simplicidad
divina, etc. no añade nada positivo a nuestra concepción de la perfección
divina, no nos da una nueva información positiva que podría constituirla en una
nueva ratio del término. Así, concluye, al no ser constituída una nueva ratio,
no hay, por lo tanto, una ratio nueva que pueda ser indeterminada. Lo que, por
otra parte, según Accar, hace a nuestras proposiciones teológicas
filosóficamente evaluables, ya que no son instituídas nuevas condiciones de
verdad que, en tanto no podemos tener un conocimiento positivo ni de la
simplicidad ni de la infinitud divina, etc., harían a las proposiciones en las
que aparecen esos términos, inverificables.
En segundo lugar, Accar se pregunta si el
tomar en consideración la simplicidad divina, etc. modifica la manera en que
debemos entender que se predican las rationes (creaturales, para
el autor) a Dios. Esto es, si nos informa que nuestros conceptos en esos casos
son usados de otra manera. En este caso responde por la afirmativa. En
consideración de que Dios es simple, etc, debemos entender que en la
proposición teológica la ratio creatural, que es la única con la que contamos,
debe ser negada (sin que ello, como decíamos antes, implique para el autor la
añadidura de una nueva ratio al término), esto es, que las notas de finitud,
mutabilidad, temporalidad, deben ser negadas. Nos informa sobre cómo debemos
hablar o no hablar de Dios. La simplicidad nos hace dar cuenta de que Dios no
es ni finito, ni mutable ni temporal y que, por lo tanto, las perfecciones no
están en el así, sino que han de estar manera infinita, inmutable y
eterna. Lo que nos da una regla para hablar sobre Él. Esto, señala el
autor, no hace a las concepciones de las perfecciones divinas indeterminadas,
ya que estas características o bien son del mismo tipo que las removidas (con
lo cual tienen condiciones de verdad semejantes) o bien no añaden nada positivo
cuyas condiciones de verdad podríamos desconocer.
De
esta manera, concluye el autor, la consideración de la simplicidad, infinitud,
etc. no nos ofrece un dato que nos permitiría formarnos la ratio propria de las
perfecciones, ni, por lo tanto hace que las prediquemos de Dios con esa ratio.
Simplemente, en cambio, nos informa sobre en qué sentido debemos entender que
nuestras rationes no son aplicables a Dios y por qué (porque Dios es
simple, etc).
Comenzaremos a comparar nuestra tesis con la
de los autores de esta tradición partiendo de señalar algo al argumento de
Burrell que reprodujimos antes. Estamos de acuerdo con Burrell en que la ratio
communis, en el caso que nos concierne, no es un concepto análogo. Y
aceptamos que se encuentra en otro nivel de discurso. Nuestro punto es otro.
Burrell afirma que podemos concebir que ciertas perfecciones creaturales pueden
existir de una manera más perfecta que la corpórea y que ello las hace
elegibles para predicarse de la creatura y de Dios. Mi punto es el siguiente.
¿No esta aceptando aquí sin darse cuenta de que podemos concebir, precisamente
esa manera más perfecta? Es lo que efectivamente dice ¿Y si no fuera así, de
qué otra manera podría ser? ¿De qué manera podríamos afirmar algo sobre un maxime
ens, si no pudiéramos al menos concebir que ens puede ser más perfecto, e
incluso máximamente perfecto? Esta es una condición de posibilidad fundamental
de la cuarta vía, tal como se encuentra en Summa Theologiae. Nuestro punto es:
podemos concebirlo. No perfectamente, claro. No en un concepto comprehensivo.
En uno enigmático.
Pasemos a Accar. En cuanto a que ya hemos
tratado de deducir críticamente las consecuencias de la tesis de esta
tradición, nuestro examen será más bien una excusa para comparar sus tesis con
la nuestra. Cada ratio de un término, dice Accar, es una composición de modus
significandi y res significata. Esto lo aceptamos. La ratio propria,
señala, es aquella en la que la res significata aparece del modo más
pleno. Hasta aquí estamos de acuerdo. En lo que ya no concordamos es en que nos
sea imposible conocer la ratio propria. Ya hemos que examinado las
dificultades inmanentes a toda esta tendencia de poner la analogicidad en el
juicio, así que no argumentaremos al respecto aquí, sino que remitimos al resto
del trabajo. Ahora solo nos dedicamos a comparar. Desde nuestra tesis, decíamos
se sigue que sí es posible conocer la ratio propria, aunque claro, de
manera imperfecta. Infinitud, Eternidad, etc. pueden reunirse en el concepto
enigmático de bondad divina. En ese concepto conocemos imperfectamente a Dios,
es una representación imperfecta, enigmática de Él. El nombre “bondad”, por lo
tanto, puede aplicarse a las creaturas con el sentido creatural, que no es la ratio
propria del término. A Dios, en cambio, se aplica conforme a nuestro
concepto imperfecto de la ratio propria.
La consideración de la simplicidad divina
añade algo positivo a nuestro concepto, al menos en tanto lo determina de
cierta de manera, haciéndonos, así, conocer algo más sobre Dios, algo que antes
no conocíamos. Podemos identificar ese contenido de la manera en que Accar
sostiene que meramente podemos determinar su uso. Añade, por lo
tanto, una ratio al nombre, y precisamente la propria, aunque
solo se conciba aquello que conocemos mediante (medium quo, no medium
in quo) ella. Esta nueva ratio es filosóficamente evaluable, ya que en ella
entendemos algo, y podemos determinar en cierta medida sus condiciones de
verdad. Sabemos que solo es aplicable a Dios, etc. Esta ratio no comprehende
aquello sobre lo que versa, pero sí lo entiende, esto es, lo divino aparece en
ella no como comprehendido, sino como entendido imperfectamente. No
comprehendemos la perfección tal como esta en Dios, pero sí la entendemos
imperfectamente, esto es, nos hacemos una representación meramente imperfecta
de ella. Esta posibilidad de representárnosla, de conocerla, aunque sea
imperfectamente, hace que los conceptos no sean indeterminados en cuanto a la
evaluación filosófica de sus condiciones de verdad, aunque, en relación a su id
quod no sean comprehensivos.
La distancia entre la tesis de toda esta
tradición y la nuestra esta dada por la aceptación de nuestra parte de un
conocimiento quiditativo imperfecto. Hemos visto que hay evidencia
textual de que Tomás habría sostenido esta tesis a lo largo de toda su obra.
Este es el punto en el que ya comienzan a divergir nuestras posiciones. Al
interpretar que no hay un conocimiento quiditativo al menos imperfecto, los
autores se han visto conducidos a afirmar la tesis del agnosticismo conceptual.
Nosotros, en cambio, interpretando que Tomás sostiene que es posible un
conocimiento quiditativo imperfecto, dimos con un tipo de concepto que si bien
no es comprehensivo, representa a esa esencia de la que es una semejanza (medium
quo, no medium in quo) imperfecta: el concepto enigmático.
El
hecho de que Tomás afirme una y otra vez, sin embargo, que es posible conocer
la esencia divina (independientemente de que esto se califique o no como
conocimiento quiditativo), los ha llevado a desarrollar la teoría de una
derivación de verdades teológicas puramente procedimental. El grado de atención
que prestan al asunto de los nombres divinos también se deriva de allí. En toda
la tradición puede detectarse, por otra parte, una cierta ambigüedad entre
consideraciones epistemológicas y linguisticas, lo que se evidencia en un
tratamiento quasi-nominal de los conceptos y enunciativo de las
composiciones. Consecuentes con su principio de que no hay un conocimiento
quiditativo teológico natural de ningún tipo, y que, por lo tanto, al respecto,
solo cabría el agnosticismo conceptual, han interpretado ST I q. 13, como un
examen de Tomás sobre cómo hacemos juicios. Nosotros, en cambio, hemos
entendido que el asunto allí es mucho más simple, y versa más bien
sencillamente sobre cómo hemos de vociferar o escribir, dado nuestro lenguaje
social (lo que incluye su gramática, etc.) y las características estructurales
del lenguaje en general, de manera tal de reflejar correctamente nuestro
pensamiento (y así reflejar a Dios) o entender las vociferaciones o inscripciones
gráficas (de manera tal que entendamos el pensamiento verdadero que se expresa
en ellas) que se nos presenten.
Finalmente, la teoría de la analogía del
juicio, tal como la presentan los autores, carece de evidencia textual
manifiesta, lo que hace incluso a sus mismos autores ensayar su justificación
calificándola como sugerida o implícita, aceptando que Tomás se pronuncia
explícitamente de manera contraria. Nuestra interpretación, en cambio, intenta
seguir las afirmaciones explícitas del teólogo medieval.
Conclusión
En este trabajo hemos llamado aenigmatica
a la teología de Tomás de Aquino por preferencia a la los nombres de afirmativa
o negativa, que parecen incluso poner más énfasis en el lenguaje que en el
pensamiento. Hemos tratado de mostrar, precisamente, que podemos conocer la
esencia divina de esta manera: enigmáticamente. Y que ese conocimiento tiene
como base representaciones enigmáticas.
En primer lugar tratamos de mostrar que Tomás
ha sostenido desde sus obras más tempranas que es posible asequir un
conocimiento natural quiditativo de la realidad divina. En segundo lugar
intentamos dar con la clase de concepto por medio de la que se establecería
esta unión cognitiva.
El concepto enigmático es un concepto en el
que la realidad conceptualizada no resulta, sin embargo, comprehendida (en
ninguno de los dos sentidos de comprehensión distinguidos) pero en el que, sin
embargo, algo de esta queda representado y en esa medida conocido.
Hemos visto, por otra parte, que esa falta de
comprehensión no significa que sea imposible determinar sus condiciones de
verdad, pero a causa de y en la medida en que en este hay algo de la realidad
divina que resulta deficientemente entendido. En este sentido nos alejamos
tanto de la tesis de los conceptos análogos como de la de los defensores
agnosticismo conceptual. Acerca de esta última intentamos, en la medida en que
la comprendemos, señalar sus dificultades.
Para terminar quisieramos analizar brevemente
desde nuestra perspectiva un texto que cita Rocca en apoyo de la tesis
agnóstica:
“quando in Deum procedimus per viam
remotionis, primo negamus ab eo corporalia; et secundo etiam intellectualia,
secundum quod inveniuntur in creaturis, ut bonitas et sapientia; et tunc
remanet tantum in intellectu nostro, quia est, et nihil amplius: unde est sicut
in quadam confusione. Ad ultimum autem etiam hoc ipsum esse, secundum quod est
in creaturis, ab ipso removemus; et tunc remanet in quadam tenebra ignorantiae,
secundum quam ignorantiam, quantum ad statum viae pertinet, optime Deo
conjungimur, ut dicit Dionysius, et haec est quaedam caligo, in qua Deus
habitare dicitur.”
Trataremos de describir este proceso según los
conceptos que desarrollamos aquí, para proponer una interpretación distinta de
la que, a nuestro entender realizar Rocca, para quien el resultado final es
lisa y llanamente la agnosis a nivel de concepto. La mente parte de las
creaturas. Se presupone, por otra parte, que ya ha sido probada la existencia
de Dios. La mente comienza conociendo a las creaturas (id quod), a
partir de ellas mismas (medium in quo) por un concepto totalmente proporcionado
a ellas (medium quo). Luego la mente, ha probado la existencia de Dios,
quedando Él como su id quod, y teniendo al concepto, por ejemplo, de maxime
ens como medium quo. El pasaje comienza a “relatar” lo que sucede
después, a través, en cuanto a las operaciones de la mente, de otra serie de
conceptualizaciones, comparaciones entre conceptos para articular
compositiones, y derivaciones de unas compositiones en otras. En primer lugar,
negamos de Dios que sea cuerpo. Nuestro concepto, así se enigmatiza
progresivamente, distinguiendo más a Dios de las cosas. En palabras del de
Trinitate, se vuelve menos confuso. Luego negamos acerca de Él que las
perfecciones creaturales se encuentren tal como están en las creaturas. Ganamos
entonces conceptos enigmáticos de bondad, etc. El último concepto es el de ser.
No es casualidad, por supuesto, que la última remoción sea la del modo
creatural de este concepto. En efecto, el nombre “El que es” es el que más le
conviene a Dios. En primer lugar, porque no significa una forma, sino el esse
mismo. En segundo lugar, porque en los demás nombres son menos comunes o le
añaden algún otro concepto. Y en tercer lugar porque está en presente, lo que
más corresponde a Dios, que no tiene pasado ni futuro. De lo que se trata ahora
es de , comparando conceptos en juicios y componiendo y deduciendo otros
nuevos, purificar también este concepto, de manera tal que, al final del
proceso el medium quo de la unión cognitiva con Dios, esto es, el medio
de conocimiento, será el concepto enigmático que resultará de todos esos
procesos -el nombre “El que es” significa ese concepto enigmático resultante,
no la noción creatural de ser que es nuestro punto de partida. Removemos de
Dios, entonces, la manera de ser creatural. El concepto enigmático resultante
es el medium quo de nuestra unión con Dios, quien es nuestro id quod.
El entendimiento, se dice allí, ha quedado en
cierta tiniebla. Pero no es que el entendimiento no conozca nada. Tenemos el
concepto de un ser no finito, no temporal, no mutable, etc. que dirije y une a
la mente solo hacia un solo ser posible: Dios. Hace falta un medium quo
que especifique al entendimiento precisamente hacia ese objeto. Y es en
este concepto (medium quo), que la mente entiende y así, porque
puede representárselo se une cognitivamente a lo infinito, esto es, lo conoce.
Ahora bien, a causa de la debilidad de la mente esa superabundancia de luz le
resulta al entendimiento, metafóricamente, como tiniebla. Pero, no se trata de
cualqueir tiniebla, sino de una tiniebla que nos une exclusivamente a Dios. En
este sentido, también, no se trata de una pura ignorancia. El entendimiento
entrevé enigmáticamente lo infinito, puede diferenciarlo del resto de las
cosas, y así este se convierte en su id quod, esto es, en lo que conoce.
Pero no puede comprehenderlo, no se encuentra en la mente con toda su plenitud.
El medium quo es excesivamente deficiente. En la condición actual
aparece como obscuro, pero no como la obscuridad de la ignorancia absoluta: el
entendimiento no conceptualiza lo que ignora absolutamente, ni puede tener un id
quod sin un medium quo, esto es, no puede conocerlo. Hay aquí
un acto del entendimiento, un medium quod y un id quod. La esencia
divina es conocida, pero de manera deficiente. No la comprehendemos, y en ese
sentido es ignorada: la ignoramos ut in se est.
En ese pasaje, así, se resume la consideración
de Tomás sobre la limitación del conocimiento natural del teólogo, que se
encuentra restringido a la visión deficiente que le puede proveer su lumen
naturale, el intelecto agente. Es capaz de conocer, pero de una manera
demasiado pobre. Y cuánto más cuando se trata de la naturaleza divina. Esto es
en definitiva lo que hace a nuestra condición cognitiva actual, incluso en
relación al conocimiento creatural, restringido por la debilidad del intelecto
agente, de acuerdo a Tomás de Aquino, semejante a la del búho:
“(...) sicut
quaedam animalia (…) de nocte vident magis, in die vero minus; sunt enim
debilium oculorum, quia parva luce moventur, ad multam autem confunduntur. Cui
etiam simile est in intellectu nostro quod ad ea quae sunt manifestissima, se
habet sicut oculus noctuae ad solem: unde parvum lumen intelligibile quod est
nobis connaturale, sufficit ad nostrum intelligere.”
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