Imaginemos a un grupo de personas que no levantaran la cabeza de sus teléfonos inteligentes. No pueden mirar hacia otra parte, siempre ansiosos ante la posible llegada de alguna -cualquier- notificación; condenados -por miedo a perderse de algo- a observar en todo momento las historias y actualizaciones de estado ajenas, y a la expectativa de obtener la distinción de recibir un
En sus perfiles solo aparecen momentos divertidos. Las caras siempre estan esplendidas: nunca un granito en la frente, un cabello fuera de lugar, un ceño fruncido, una ojera… ; siempre sonrisas, guiños de ojo, o alguna expresión interesante. Jamás una silla con el tapizado roto; raramente en ropa de entrecasa. Como nunca han mirado hacia afuera de la pantalla del móvil, la única fuente de representaciones que cada uno tiene del otro es lo que este publica en su perfil, y así todos viven convencidos de que la vida ajena es bella y perfecta… a diferencia de la suya propia, la única, según le consta a cada uno, que incluye, además de momentos lindos sucesos desagradables, inseguridades, pelos que salen de la nariz, y apenas una silla sana en casa, de la que -nadie entiende bien por qué- decidió apiadarse el perro.
Ahora imaginemos que, en realidad, todos y cada uno de los miembros de la red, avergonzados desde el principio por aquella creencia errónea de que sus propias vidas jamás podrían estar a la altura de las ajenas, hubieran decidido en algún momento que solo mostrarían en sus perfiles las cosas lindas que les sucedieran; que solo publicarían, por ejemplo, las fotos en las que sus rostros salieran “favorecidos”, etc., etc. Cada una de las personas detrás de los perfiles estaría calculando todo el tiempo lo que quiere mostrar y ocultar de sí misma y así todos y cada uno vivirían temerosos de ser descubiertos, creyendo ser los únicos que se encuentran en la necesidad de mentir.
Supongamos ahora que sucediera que alguno, por una magia o un milagro (... o cualquier otro tipo de acontecimiento capaz de cortar la conexión del 4g o el Wifi xD), corriera un día la vista del celular, se sacara los auriculares, y saliera a mirar el mundo con sus propios ojos. Al principio de seguro se sentiría perplejo al ver que las caras y las cosas también existen fuera de las fotos; que, enfocados desde ángulos normales, los rostros ajenos son igual de imperfectos que el suyo; que los demás también tienen momentos de inseguridades, tristezas, y preocupaciones, y que ellos también, como hasta entonces él, acostumbran intentar disimularlos publicando emoticones de sonrisa
Ahora imaginemos qué sucedería si este usuario despabilado volviera a tomar entre sus manos el celular y entrara nuevamente a su cuenta? ¿No le costaría encontrarle sentido a aquella insensata competencia de ver quién obtiene
¿Qué pasaría si ese usuario liberado comenzara a instigar al resto a dejar de lado el móvil y ver las cosas como son, siendo que cada uno teme ser el único que no se muestra como es?
Se burlarían de sus “imperfecciones” como si no las compartieran. Le harían bulling hasta que se le hiciera insoportable mantener activo su perfil y así lo expulsarían de la red.